XI
Congreso de Historia de Colombia
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PONENCIAS (texto
completo)
El clero y la
violencia en Antioquia, 1949 a 1953 Gustavo
Mesa
1. Dos actores: el pueblo y el clero
A
mediados del siglo XX Antioquia disfruta de una imagen que se ha venido
ganando palmo a palmo a lo largo de la centuria, período durante el cual se
erige como verdadera columna vertebral en la vida nacional. Con unos 63.000
kilómetros cuadrados, tiene 1.543.328 habitantes según el censo de 1951[1]
(Figura 1), pero a pesar de la urbanización creciente, esa población
sigue siendo rural: habita en el campo un 59% y realmente depende de él un
66%[2]
(Figura 2). En general las posibilidades de vivir son buenas, y en
condiciones normales la muerte por causas naturales no tiene por qué ser tan
inminente.[3]
La población en las ciudades colombianas se ha visto crecer en forma
sorprendente en lo que va corrido del siglo. Por ejemplo, Medellín duplicó
su población cada diez años, y de 71.937 habitantes que tenía en 1912
pasó a los 358.189 en 1951[4].
Pero no sólo la población creció. También por un impulso inusitado a la
explotación de los recursos naturales y de la mano de obra disponible el
departamento llegó a convertirse en líder industrial y en modelo económico
para el país.
La
institución eclesiástica, organizada sobre la base de cuatro jurisdicciones
sólidamente asentadas en sus respectivos territorios y depositarias de una
tradición cultural que nace en la mayoría de los casos en la misma época de
la Colonia, es el principal apoyo de ese crecimiento. Así lo demuestra el
lugar que en los imaginarios sociales tienen las representaciones del poder
que ostenta la Iglesia, manifestado a través del boato de su liturgia, de la
osada actuación de los miembros del clero en la gestión municipal, de la
incidencia que tiene en la vida diaria local el complejo edificio de sus
jerarquías, y de la correlación de fuerzas entre éstas y electores y
tenientes del poder político municipal, todo lo cual viene a constituir el
eje central de la cultura en la región. Por la proyección sobre el futuro más
inmediato que tienen los acontecimientos que se precipitan a finales de la década
del cuarenta y en este momento, a principios del cincuenta, esta coyuntura de
la llamada "violencia temprana" va a ser el inicio del
derrumbamiento del viejo orden moral, el cual se declarará en estado ruinoso
a finales de los años 60. La mejor evidencia de ello es el paso inexorable de
este turbión sangriento que tiene lugar entre 1949 y 1953,[5]
con sus incidencias en lo inmediato y sus futuras consecuencias. Para
la Iglesia este período coincide con el inicio de la cristiandad, su forzoso
paso a la modernización, y con el comienzo del fenómeno de la desacralización,
de lo cual serán testigos los años sesenta y setenta.
Los
más citados indicadores de La Violencia de 1949 a 1953 (o de 1945 a 1953, según
otros), que corresponden a la primera etapa, hablan de un total de 158.516
muertes perpetradas por razones políticas en todo el territorio nacional[6]
(Figura 3). Durante el período de La Violencia, esto es, de 1946 a
1957, Antioquia registró 26.115 muertes, llevando a este departamento a
ocupar el tercer lugar en homicidios políticos después del Antiguo Caldas y
Tolima[7].
Las cifras dejan concluir que en Colombia está la tasa de muertes
intencionales más altas del mundo, con 102 muertos diarios[8],
y que por homicidio fallece el 1.56% de la población[9].
Así,
mientras que en Colombia fueron afectados 234 municipios, esto es, el 27% de
los 842 que tiene la nación, en Antioquia fueron más del 92% de los cien que
existen en ese momento[10]
en el departamento (Figura
4).
No
hay propiamente hambre o miseria en Antioquia[11].
Se
vive bien en general, aunque la tasa de desempleo ha venido en ascenso y el
costo de vida en Medellín es el más alto desde 1939. Un kilo de fríjoles
vale $1.30, por ejemplo, y un obrero se gana en Medellín cerca de $190
mensuales, un abogado se gana $275. [12]
Con el jornal diario un campesino puede vivir bien, comprar un buen
mercado, y todavía le sobra para tomar trago. Beber buen aguardiente, porque
los datos aportados dicen que licor se bebe mucho en el departamento.
En
1951 el territorio de Antioquia está dividido en cuatro secciones para
efectos de la administración eclesiástica. El más grande, en el que se
presenta con razón una mayor complejidad administrativa, es el de la diócesis
de Antioquia con solamente 53 curas en acción pastoral, 19 parroquias -en
total 26 templos o centros de culto-, y 3.472 habitantes por presbítero en un
amplio escenario geográfico que cubre el 44.6% del territorio regional.[13]
La diócesis de Jericó, por su lado, tiene 32 parroquias, 110 curas
diocesanos y 2.418 habitantes por cada uno dentro de solo el 3.6% del
territorio regional. Santa Rosa de Osos, que se acerca bastante al ideal del número
de sacerdotes que aseguran la efectividad en la administración pastoral,
muestra el pleno control que tiene sobre la feligresía apiñada en los
centros más poblados, y por eso no necesariamente sobre la superficie geográfica
total de la diócesis, que es el 35% del territorio antioqueño, con sólo
1.077 habitantes por cada cura (el modelo siempre es 1.000 personas por
sacerdote), 61 parroquias y 110 centros de culto. La arquidiócesis de Medellín
posee por otra parte el más alto número de presbíteros, 275, pero su
proporción de feligreses por cura es de 2.156, con 241 parroquias en el 16.7%
de la superficie del departamento (Figura 5).
En
el departamento de Antioquia hay pues un total de 516 presbíteros diocesanos,
304 parroquias y 209 centros de culto para la administración pastoral.[14]
La mayoría de ellos ha iniciado su ministerio más o menos recientemente,
pues la media de edad del grupo activo está entre los 30 y 39 años, el cual
constituye el 44.9% del total.[15]
Es decir, hay un muy buen disponible humano en un momento vital de la
existencia, caracterizado por las energías, la mente clara y la experiencia
suficiente para desarrollar un trabajo apostólico con impacto en la población.
La mayoría de ellos tiene una experiencia que no baja de 7 años en el
ministerio, y quienes trabajan en las localidades más pobladas, que casi
siempre son asentamientos tradicionales, acumulan entre los 11 y los 25 de
servicio.[16]
Una
buena parte de los presbíteros es de origen campesino, inclusive los de la
arquidiócesis de Medellín, que en ese momento tiene el 75% de su jurisdicción
en el área rural. En el caso de la diócesis de Santa Rosa de Osos el origen
de clero está en número significativo en las tierras frías alrededor de
Yarumal y de Santa Rosa, y la mayor parte de él es procedente de Don Matías,
dato que en este caso incluye al obispo local. Casi ninguno había nacido en
las poblaciones en las que se produjo La Violencia. La mayoría vienen de
familias modestas, bien constituidas sí, de mediana prestancia social en las
localidades a las que pertenecen, aunque sin holgura económica y más bien
con estrecheces. No obstante un grupo, no tan grande pero significativo,
pertenece a familias adineradas y muy influyentes de la región. Casi todas
las familias ricas tienen un cura o varios entre sus parientes, o varias
monjas. Seminaristas pobres sí hay, pero muy pocos. Negros no hay en el
seminario, la institución tiene una manera tal de seleccionar que hace poco
posible que puedan ingresar candidatos que pertenecen a los sectores más
bajos de la población. Cuando un adolescente o un niño decide irse al
seminario, que queda siempre en la cabecera municipal, rompe con el circuito
de lo ordinario en su localidad, y ese hecho se convierte en factor de
movilidad social hacia arriba. La población de seminaristas tiende a crecer
en este siglo en momentos de confrontación política. En 1949 y 1950 el
seminario de Santa Rosa, por ejemplo, incrementó el número de alumnos en un
40% con respecto a años inmediatamente anteriores (Figura 6).
Hay
exigencias en la diócesis para demostrar la pureza de raza y el origen blanco
y cristiano de los candidatos al ministerio. Como los hijos nacidos fuera del
matrimonio se consideran ilegítimos[17],
es imposible que puedan ingresar al seminario. Estas condiciones de ingreso al
seminario dejan intersticios que evolucionarán de hecho hacia la discriminación
partidista. Por ejemplo, a partir de 1945 Mons. Builes exigirá un juramento
antiliberal a quienes aspiran a ordenarse en su seminario. Una frase, de
factura local, y reminiscente de los conflictos religiosos del siglo XIX, se
repite mucho y no demasiado discretamente en medios eclesiásticos del
momento:
“Liberal y cura. En esa extraña figura o sobra el liberal o sobra el
cura”.[18]
En
el seminario se desarrolla el proceso de la formación de un clérigo, pero
cuando llega la edad de optar por las órdenes menores no basta su palabra. Es
necesario que certifiquen sus conciudadanos que no es liberal ni modernista.
Este elemento constituye no solamente una resonancia de los documentos decimonónicos
de los pontífices en la mentalidad antimodernista de la Iglesia colombiana de
mediados de siglo, sino un modo de participación de los laicos, del pueblo
llano, en la toma de decisión final con relación a la ordenación del
candidato. En este caso la probable aportación del laico es de índole moral
pero también política. Por eso al párroco del lugar de residencia del
candidato le llegan las proclamas del obispo que han de ser pronunciadas en público,
y en las cuales se pide concepto del pueblo sobre el candidato a las órdenes.
En el seminario, los candidatos están sometidos a un disciplinadísimo ritmo
de vida, el mismo que van a imponer, ya de párrocos, en las poblaciones.
Tienen una formación humanística de sesgo eurocéntrico con fuerte
influencia francesa de la espiritualidad posconciliar tridentina, cuajada de
discusiones políticas típicas de la modernidad, y herederas de la
controversia antijansenista del siglo XVII, lo cual influirá también en los
procesos de trasformación vigentes entonces en este momento en Colombia.
Con
el clero activo en las parroquias está la jerarquía local agrupada en torno
a la sede metropolitana de Medellín que preside el arzobispo García Benítez.
Mons. Luis Andrade Valderrama, quien había llegado en 1942 gobernar la diócesis
de Antioquia, es un ilustrado hijo de una prestante familia originaria de
Santander pero establecida en Bogotá. De la orden franciscana, es en el
momento el único especialista en Sagradas Escrituras en América Latina, con
doctorado en la Universidad Gregoriana de Roma. De criterio amplio e
inteligente, fue auxiliar de Mons. Perdomo en Bogotá y tuvo diferencias públicas
con Laureano Gómez, quien influyó para que fuera relevado de allí. El
arzobispo Joaquín García Benítez, conservador moderado, con vínculos
parentales con Mons. Andrade Valderrama, llegó en 1945 de Santa Marta, es
también proveniente de una linajuda familia
bumanguesa. Hizo estudios de Derecho Canónico en la Universidad
Gregoriana de Roma, y fue expulsado de México durante la Revolución
Mexicana. Torturado, tuvo que huir en barco desde Veracruz. Nacido en
Bucaramanga, pero formado en Bélgica, perteneció a la comunidad de los
padres eudistas. Es el obispo de Santa Marta durante la masacre de las
bananeras, con una intervención más bien descolorida en ese pasaje cruento
de la historia nacional. Mons. Miguel Angel Builes, hecho obispo en 1924
durante el gobierno de Pedro Nel Ospina, es el más experimentado de los
prelados antioqueños y nunca ocupó una sede distinta a la de la diócesis en
que nació, creció, se educó y fue ordenado obispo. Campesino pobre, no tuvo
estudios especiales, se formó en el seminario de Antioquia con clérigos
eudistas europeos procedentes de las zonas más católicas de Francia, y fue
promovido por Mons. Maximiliano Crespo, a quien sucedió en el gobierno
diocesano de Santa Rosa. Conservador radical, con hondas convicciones
espirituales, creativo, audaz , manifestó siempre una línea de continuidad
inalterable en relación a lo que él consideraba su fidelidad a la Iglesia.
Mons. Antonio Jaramillo, campesino pobre y llano nacido en Belmira, formado
también en el Seminario de Antioquia, y cercano al célebre obispo de esa diócesis,
Francisco Cristóbal Toro, de quien fue su secretario, sin estudios especiales
y de tendencia conservadora moderada, es el ordinario de la diócesis de Jericó.
Las
curias se mueven sobre un esquema colegial con funciones limitadas pero
decisivas. El capítulo catedral
y los funcionarios en las distintas áreas pastorales son la base de
gobierno, pero el obispo reúne el mando único en sus manos. El capítulo,
constituido por prelados de grado menor, los canónigos, son una especie de
consejo de gobierno del obispo. Muchos en las diócesis desean poseer alguno
de esos títulos pontificios, porque pueden incidir directamente sobre la
curia. Estos sistemas de gobierno son acatados y obedecidos.
En
ese momento la correlación de fuerzas en el interior de la Iglesia en
Antioquia y en Colombia es la siguiente: los obispos de Santa Rosa y Jericó
se apartan de la manera de pensar del arzobispo de Medellín y del obispo de
Antioquia, y así se conforman dos grupos de a dos. Estos últimos a su vez se
agrupan en el orden nacional con el arzobispo Perdomo y su auxiliar Luis Pérez
Hernández, eudista, además del obispo de Manizales, Mons. Luis Concha C.,
quienes son el grupo de liberales, frente al resto de los obispos, 47, que son
tenidos como conservadores. Pero las principales cartas de la Iglesia son
Ismael Perdomo (Bogotá), Crisanto Luque (en Tunja primero y luego primado en
Bogotá), Emilio Botero (Pasto), Diego María Gómez (Popayán), Rafael
Afanador y Angel Ocampo (Pamplona) y Miguel Angel Builes (Santa Rosa de Osos),
[19]
todos conservadores menos el primero.
El
ordenamiento de la diócesis es preciso, sutil, controlado. Es la versión
criolla de la estructura monárquica de la Iglesia. El obispo es pontífice,
se comunica a través de pastorales y usa el lenguaje mayestático del
“Nos” en todas sus comunicaciones escritas, en los sermones, y aún
en los coloquios personales. La liturgia cotidiana es expresión de esta
gradación de la jerarquía de la Iglesia, y de su papel dentro de la
sociedad. Por eso, esas celebraciones no escatiman esfuerzos en mostrar, con
el boato y la solemnidad típicamente barrocos que las caracterizan, ese matiz
entre sacro y audaz que tienen las intervenciones de las iglesias en la vida
de aquellas sociedades locales.
Las
publicaciones son abundantes. Cada diócesis tiene su publicación periódica,
rígida, ortodoxa, para lectores exclusivos -clérigos y seminaristas-, pero
rica en contenidos. Es el vehículo de una especie de educación permanente
del clero. El Boletín Arquidiocesano de Medellín que de junio de 1949
a julio de 1953 salió 9 veces reproduce textos de la Santa Sede, da noticias
sobre cambios de párrocos, coadjutores o vicarios, reproduce documentos de
los Padres de La Iglesia. Pero no aparece la más mínima información sobre
la escalada de violencia que se vive en la región. No hay alusión tampoco a
la presunta intervención del clero en política. En situación idéntica está
el Mensajero del Clero, de Jericó. Allí se tratan los casos de
liturgia y de moral o de Biblia, ejercicios de debate entre los clérigos en
las reuniones regulares de las vicarías. Y El Derecho, de Santa
Rosa de Osos.
Pero
además existen las pastorales, documentos de primera importancia en la
iglesia local, que se asimilan por su lenguaje apremiante a las encíclicas
pontificias, y por medio de los cuales el prelado comunica sus principales
preocupaciones administrativas y doctrinales a la diócesis. En todos los
casos circulan
anualmente, y casi siempre al iniciar el tiempo de Cuaresma. Las de
Mons. Builes son, sinembargo, más regulares y aluden de manera particular al
clima de violencia que vive el país. De los otros obispos cada uno publicó
cuatro en este período. Las circulares y los “monita”, algunos de los
cuales son secretos, se mueven con más intensidad. De carácter más
confidencial, hacen alusiones veladas al clima de inseguridad y de confrontación,
pero no suponen ni crean el debate o el análisis de los temas. Las circulares
de Mons. Jaramillo son 57 en ese período, es decir, en Jericó fue publicada
durante este período más de una comunicación mensual dirigida por el mismo
obispo a su clero.
La
discusión sobre los temas de moral, liturgia y Sagrada Escritura es el asunto
de las reuniones de las vicarías, que se hacen cada mes. Las visitas canónicas,
efectuadas por el obispo en las parroquias cada cinco años, lo revisan todo y
lo preguntan todo con base en un formato enviado de Roma para la visita “ad
limina” que el prelado debe hacer a la Santa Sede. Los casos de moral,
considerados de mayor gravedad, que son los de temas matrimonial o sexual, se
citan en latín. Muchas fuentes orales han revelado que en esas reuniones no
se hablaba de la violencia que arreciaba en los municipios en donde se
generaban estas conversaciones teóricas mensuales. Las actas halladas tampoco
guardan una sola evidencia sobre el tratamiento del tema. Las circulares
secretas, y sobretodo la correspondencia personal de Mons. Builes con los párrocos,
es extraordinariamente abundante. Al cura de Sabanalarga, por ejemplo, no le
escribe menos de dos cartas mensuales durante estos cuatro años, las cuales
son respondidas puntualmente con abundancia de datos por parte del
corresponsal. La red de información es pues muy densa, lo cual quiere decir
que el prelado estuvo muy bien informado sobre casi todos los acontecimientos
que con relación a la violencia se produjeron en estos cuatro años, aunque
no siempre conociera la entera verdad sobre los hechos al limitar su fuente a
una sola versión.
Pero
no todos los miembros del clero antioqueño son conservadores. Aunque se
muestra homogéneo, en realidad hay claras divisiones en su interior. Hay
una fuerte tendencia liberal en el clero que se acerca al 35% del total.
Vienen de una larga discusión sobre el Concordato que en el año de 1942
estropeó el deteriorado consenso nacional ganado precariamente en la hegemonía
conservadora, y por eso se ha mostrado su polarización. De todos modos las
reformas liberales de los 16 años de hegemonía liberal que se iniciaron en
1930 y el recuerdo de las guerras religiosas de finales del siglo XIX navegan
como fantasmas por las mentes de estos clérigos.
El
centro vital del clero y de la
sociedad local lo constituye la parroquia. En donde los territorios más
extensos propician una mayor dispersión de la población y una mayor variedad
en las costumbres, la parroquia tiende a ser más plural en su enfoque
pastoral, sobretodo en la diócesis de Antioquia, en las cuales, no obstante,
las organizaciones parroquiales, fuertemente unidas a la iniciativa del párroco,
resultan casi siempre incapaces de cubrir todo el territorio pastoral. La
parroquia vive sobretodo por la práctica de los sacramentos, cuyo ejercicio,
intercalado en el ritmo de la vida diaria, crea el espacio hasta donde se
extiende su dominio: la Iglesia llega hasta donde llegan los sacramentos.
La
práctica sacramental pasa a ser entonces señal de pertenencia
social, y como la mayoría de la población comulga, se confiesa, se
bautiza, se casa por los ritos religiosos, es decir, practica los sacramentos,
la parroquia tiene en sus manos un instrumento seguro de control social. En
territorios no incorporados a la sociedad mayor, en donde esa práctica
sacramental es más reducida, la parroquia no logra consenso político.
Precisamente esos lugares están poblados por mayorías liberales. Los
sacramentos pasan a ser entonces muro de contención moral pero también política
en aquellas frontera de la cultura. Cómo proceder con los liberales, se había
preguntado un cura del clero de Santa Rosa después del 9 de abril. La
respuesta fue clara: no hay absolución penitencial para aquellos que se
declaran miembros del partido liberal, “no se les pide limosna, los bautizos
se les facilitan, pero no se les permiten padrinos liberales, y aunque se
confiesen en la diócesis de Antioquia, no se les da comunión, los
matrimonios se hacen pero no se les confiesa”[20].
Una instrucción a este propósito enviada por Mons. Builes decía que había
que tomar ciertas previsiones para confesar a los liberales[21].
En muchos de los territorios en los que las condiciones exigían una mente
más amplia para la comprensión de la problemática política y cultural
subyacente a La Violencia, fueron nombrados párrocos de miras estrechas y de
posiciones muy definidas acerca del papel hegemónico de lo católico
tradicional, lo cual aumentó la tensión entre el líder religioso y su
comunidad, hasta el punto de enfrentarlos violentamente.
Ahora
bien, pesar del peso de las tradiciones de la Iglesia en Antioquia, la
metodología pastoral en la arquidiócesis de Medellín ha ensayado en 1952
métodos modernos de evangelización, inspirados en las temáticas
modernizantes de la Acción Católica, que intentan romper esos esquemas
tradicionales y que consistían en una expansión de su labor pastoral
mediante la creación y el financiamiento de obras sociales de carácter más
racionalizado. De esta manera la iglesia metropolitana se colocaba como líder
de la renovación pastoral de la Iglesia en Antioquia.
2.
La escalada de la violencia
1949
es el "año crítico", momento del "derrumbe parcial del
estado", caracterizado por la quiebra de las instituciones políticas, la
deslegitimación y ausencia del estado en muchos sectores del país y por las
contradicciones de su aparato armado[22].
Son las últimas elecciones ganadas por los liberales el 5 de junio de ese
año las que marcan el comienzo de la escalada de esta violencia, pues a
partir del rompimiento de los dirigentes de los partidos comienza el largo
período de abstención liberal. Desde mayo se había iniciado una ola de
represión luego de la ruptura de la unión nacional, según lo muestran las
cifras de hechos violentos ya en este momento.
Los
picos
más altos de la curva de la violencia se alzan alrededor de los tres eventos
electorales y de los dos rumores de golpe de estado que tuvieron lugar en ese
período. Esas fechas son: el 27 de noviembre de 1949 con las elecciones
presidenciales en la cuales resulta ganador Laureano Gómez, un primer rumor
de golpe de estado dos o tres meses más tarde, un segundo rumor de golpe en
mayo y junio de 1950, las elecciones para senado y cámara del 16 de
septiembre de 1951 y las elecciones para renovar las cámaras en marzo 15 de
1953. En esas cinco coyunturas se activó en forma extraordinaria la escalada
de violencia en Antioquia. Alrededor de la primera de esas crestas, es decir,
durante la campaña para las elecciones presidenciales de noviembre de 1949,[23]
surgen las guerrillas liberales. En Antioquia, con Juan de J. Franco, tienen
inicio más exactamente alrededor del 14 de octubre de 1949[24],
luego de los hechos violentos que tuvieron lugar en Urrao en esa fecha. A
finales de 1950 el conflicto comienza a tener trazas de guerra civil. Muy
tempranamente estas iniciativas armadas son deslegitimadas no sólo por el
gobierno sino por el mismo partido liberal. Rápidamente se popularizó la
palabra chusma para referirse con ribetes míticos a esas agrupaciones alzadas
en armas. A esta altura el gobierno no alcanza a tener una percepción clara
de la dimensión del problema y por eso no imaginó jamás el grado de
desbordamiento al que habría de llegar esta violencia.
El
país se rige por el más largo estado de sitio de la historia nacional, con
la suspensión del poder legislativo desde antes de noviembre 27 de 1949 hasta
diciembre de 1951, todo lo cual hizo del gobierno una virtual dictadura. La
policía perseguía a los liberales con la complicidad del gobierno y éste,
al cometer el error de hacer intervenir al ejército que hasta el momento
había permanecido neutral, perdió la posibilidad de que la institución
armada más profesional se mantuviera al margen de la contienda partidista.
Simultáneamente los partidos perdían por dentro su precaria unidad: a finales de 1952 se produce la ruptura de laureanistas con
alzatistas y ospinistas. Cuando se forman las guerrillas armadas la reacción
conservadora no se deja esperar y el gobierno propicia entonces la aparición
de fuerzas paramilitares que toman el nombre también muy popular de
contrachusmas.[25]
Ya
desde finales de 1949 hay iniciativas de paz, casi siempre lideradas o
apoyadas por clérigos católicos o basadas en la estructura de la
organización eclesiástica. En realidad casi a lo largo de todo el período
aparecieron diferentes, aunque tímidas, propuestas de paz con la
participación de la Iglesia, las cuales nunca pudieron mostrar resultados
concluyentes. La violencia tiende a tener una baja en su intensidad durante la
precaria vigencia del pacto concertado por los liberales y conservadores en
octubre de 1951 que duró solamente hasta febrero de 1952, expresada en una
leve pero visible reducción de las operaciones en áreas de combate
guerrillero. La guerra retorna poco después y más intensamente en el segundo
semestre de 1952, cuando las relaciones de los directorios políticos se
rompen de nuevo. Estos hechos coinciden con el anuncio del gobierno de que la
Comisión de Estudios para la reforma constitucional anunciada con excesiva
insistencia por el gobierno conservador no tomaría en cuenta la presencia
numérica de los partidos. La Violencia arrecia de nuevo con motivo del
incendio de los periódicos El Tiempo y El Espectador y las
casas de los dirigentes liberales Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras
Restrepo el 6 de septiembre de 1952.
Ya
antes
del 9 de abril de 1948 hay un esfuerzo muy decidido de parte del gobierno de
Antioquia de conservatizar los municipios que presentaban cierto equilibrio
con el liberalismo[26].
En efecto, el período anterior a la llegada a la cúspide de hechos
violentos en 1949 es denominado como un fallido intento de conservatización
del departamento[27].
Este hecho originó la primera sangrienta reacción del liberalismo, sobretodo
en las localidades del Suroeste del departamento, que dispara la
definitivamente La Violencia en el territorio del departamento..
En
Antioquia la escalada de la Violencia, que conforma cuatro fases, se inicia en
el Suroeste un mes antes de las elecciones presidenciales de 1949 y se
va expandiendo por el territorio de Antioquia en el sentido de las manecillas
del reloj. Comienza simultáneamente en el centro del departamento, Medellín
y municipios cercanos, y en el Suroeste. Pasa a Urrao y el eje formado por las
localidades de la Carretera al Mar. Se dirige después al Nordeste, luego va
al Bajo Cauca y más tarde a Puerto Berrío y el Magdalena Medio. Termina en
junio de 1953, en un corte seco que sólo pueden explicar el ritmo que esos
acontecimientos adquirió. En general al Oriente antioqueño no llegó nunca
esta violencia, incluso hubo dos municipios en donde nunca se presentaron
incidentes violentos de 1949 a 1953, aunque no dejó de sentirse
indirectamente afectado por ella.
Desde
el 1º. de julio de 1949, cuando se empieza a agitar la candidatura
presidencial de Laureano Gómez en el país, se presentan fricciones sobretodo
en localidades de la zona cafetera del Suroeste. Pero cuando el 12 de octubre
de ese mismo año se conoce su proclamación como candidato presidencial,
empieza a subir la curva de la violencia (primera fase) con escaramuzas
notables en Támesis, Venecia, Medellín y
Frontino, casi simultáneamente con los sucesos producidos en Bogotá
en los que muere un legislador en los mismos estrados de la Cámara, se
clausura el Congreso y se declara en estado de sitio el territorio nacional.
El 15 de ese mes tiene lugar el incendio de Rionegro. Las localidades en las
que se produjo el mayor número de hechos de violencia política en esta
primera fase fueron en su orden: Medellín con 45 hechos violentos, Salgar y
Turbo con 38 , Támesis (36), Frontino (34), Envigado (30).
En
ese proceso de agitación política en torno a la candidatura de Laureano
Gómez, los conservadores se sienten envalentonados y el liberalismo entra en
estado de pánico. Por el tema de las cédulas falsas, muy ligado a la
estrategia electoral conservadora, el partido liberal aparece en Antioquia
como un delincuente. El lenguaje del candidato conservador es particularmente
violento, en Medellín pronuncia el famoso discurso sobre el basilisco, con
alusiones religiosas de muerte y sangre, que logran amplia divulgación
popular. Característica de esta fase es la guerra simbólica iniciada por el
partido conservador que promueve el embanderamiento azul de municipios enteros
y estimula la destrucción de los iconos del partido liberal. Ruedan los
bustos de Uribe Uribe y Olaya Herrera en una arremetida contra símbolos
evocadores de las luchas del pasado liberal. La Iglesia se empeña en promover
procesiones con la Cruz de Jerusalén, y es el período más fuerte de la
campaña de la Virgen de Fátima. El 29 de noviembre aparece la primera carta
pastoral del episcopado nacional pidiendo paz.
La
segunda fase comienza en
febrero de 1950 cuando se presentan los primeros rumores de golpe de estado.
Comienzan a consolidarse operaciones de resistencia a la represión del
gobierno, ya de manera muy brutal, e iniciativas de ataque en Urrao. La
escalada continúa ascendiendo y hacia mayo 9, cuando el presidente electo
visita a Medellín, se presentan brotes de ataques liberales en Sabanalarga,
Dabeiba, Ituango, Betulia y San Juan de Urabá. El pico más alto de este año
con alrededor de 350 hechos violentos se registra durante el mes de agosto,
alcanzando su punto más importante el 7 de ese mes, fecha en que el
presidente electo toma posesión de su cargo. Se registran violentos
incidentes en las poblaciones de Turbo, en primer término, luego Ituango,
Dabeiba y Caucasia. Al mes siguiente ocurren acciones violentas en Urrao,
Concordia, Dabeiba y Frontino. Las poblaciones más afectadas fueron en este
período: Dabeiba con 185 hechos violentos en estos 310 días, Turbo, Ituango,
Urrao, Betulia y Sabanalarga. Se
generaliza el aplanchamiento y comienzan los desplazamientos masivos,
sobretodo en la zona de Betulia, con la aparición de las primeras iniciativas
de organización civil armada conservadora con la anuencia del párroco local.
Luego
de la muerte del P. Walter Castillo en San Juan de Urabá, la decidida acción
de tropas del ejército en Dabeiba y el efímero éxito de la militarización
de Urabá, que tiene lugar a finales de este período, hace que el problema se
extienda al Nordeste y al Bajo Cauca antioqueños. En la zona de Sabanalarga
aparecen los primeros chusmeros.
La
siguiente cresta que se levanta en enero de 1951 tiene como epicentro a Urrao,
en donde se presentan 240 muertes en esos 12 meses. Se registra en las
poblaciones de Concordia, Betulia, Mutatá, Dabeiba y Remedios. La violencia
vuelve a recrudecerse en vistas a las elecciones para senado y cámara, que se
realizan el 16 de septiembre de 1951, y entre mayo y septiembre de ese año
tiene lugar una escalada notable (el pico más alto de esta tercera fase) que
toca a Urrao, Peque, Sabanalarga y Cañasgordas. Un perfil más bien bajo pero
significativo se mantiene en ese momento en Anzá, Sabanalarga, Betulia y
Urrao, y se eleva en algunos momentos en Puerto Berrío, Dabeiba y Medellín
hacia septiembre de ese 1951, pero cae en noviembre y diciembre no sin antes
afectar las poblaciones de Frontino y Buriticá.
La
escalada es cada vez mas intensa. Las acciones tienen lugar sobretodo en el
mes de mayo. La pacificación de Urabá se pone en marcha en medio de un mar
de confusiones relacionadas con las fuerzas regulares que muestran al
ejército y la policía enfrentados entre sí, y totalmente deslegitimados
delante de la población. Crecen los atentados a los símbolos religiosos,
comenzando por los significativos sucesos de Peque en los que fueron saqueados
la casa cural y el templo parroquial. En medio del desespero de los gobiernos
tanto regional como nacional, se lanza una arremetida, que no va a tener
buenos resultados, y se bombardea sistemática e inútilmente el asentamiento
guerrillero liberal de Pabón y alrededores, en el municipio de Urrao. Se
recrudecen los desplazamientos masivos de población sobretodo en esta zona
del Suroeste y el eje Urabá, y en el Nordeste de Antioquia. Los municipios
más afectados en esta fase son: Urrao
con 240 hechos violentos, Sabanalarga (141), Betulia (139), Dabeiba (132),
Concordia, Buriticá y Frontino.
Viene
la fase definitiva, la cuarta, en la que se presenta la mayor escalada de
violencia de todo el período. Entre
los guerrilleros liberales antioqueños, que simbolizan la resistencia de la
región a la represión del gobierno, existe la sensación de que no se han
logrado cumplir las expectativas en el plazo previsto, y se siente cierta
fatiga en la lucha por derrocar el gobierno, que creían ya iba a caer. El
gobierno central, por su lado, a través del lenguaje del presidente
encargado, de características religiosas mesiánicas, deja traslucir su
desconocimiento de la gravedad del momento y por eso resulta ambiguo el
tratamiento que le da al fenómeno del bandolerismo. Sometidos a la censura de
prensa y casi sin información, el país y el departamento se sumen en la
incertidumbre. Con la agitación del tema de la Constituyente se eleva el
principal pico de La Violencia de junio de 1949 a junio de 1953.
La
detención de los dirigentes liberales antioqueños, acusados de apoyar la
lucha armada, identifica al gobierno regional, que es el autor de esas
detenciones, como arbitrario y sectario, y aleja las posibilidades de diálogo
en que tanto insisten en este momento los partidos y la Iglesia.
También
hay atentados a dirigentes conservadores, como el del director de El
Colombiano, que bien podrían provenir de conservadores de la otra ala del
partido, lo cual contribuye a agravare el estado de polarización política.
La
guerra civil se hace más intensa. Crecen espontáneamente los grupos de
civiles armados, apoyados por el gobierno y por el partido, y bien vistos
también por algunos sectores de
la Iglesia, y en cierta medida estimulados por ellos. Como respuesta a la
situación se propone la instalación de las juntas asesoras de las
alcaldías, promovidas por el gobierno y apoyadas por el partido conservador y
la Iglesia, que también fracasan. En
abril de 1952 hay rumores de golpe. Y la violencia, que de enero a marzo ha
recorrido las poblaciones de Remedios, Puerto Berrío, Betulia y Dabeiba se
estaciona en marzo de 1952 en Caucasia, Urrao, San Luis y Chigorodó. Una
cresta vuelve a aparecer de mayo a julio de ese
mismo año y toca a Puerto Berrío, Maceo, Caicedo y Cañasgordas, pero
afectando a su paso a Turbo, Betulia, Cocorná, San Luis, Remedios, Dabeiba.
Luego,
en septiembre de 1952, cuando se producen en Bogotá los incendios de los
periódicos liberales y las casas de Lleras y López, se presenta la violencia
más intensa primero en Salgar, Betulia, Frontino y Urrao, y luego, con mayor
gravedad, para elevarse al pico más importante en noviembre de 1952 en Puerto
Berrío, Dabeiba, Frontino, San Roque, Yolombó, Urrao, Cañasgordas y
Remedios. Finalmente, un poco después de las elecciones de marzo 15 se
reactiva la violencia en Maceo, Mutatá y Anorí hacia abril de l953, cuando
cae en picada definitivamente hasta el día del golpe militar (Figura
7).
El
epicentro de la violencia se ha extendido pues a la zona del Magdalena Medio y
el Bajo Cauca, con alguna proyección sobre la parte más cercana del Oriente.
En Puerto Berrío ocurren 496 hechos violentos en menos del año y medio que
comprende esta fase. Le siguen las localidades de Frontino, con 295 hechos
violentos, Urrao (277), Dabeiba (233), Remedios (222), Maceo (215), Caucasia
(157).
Los
municipios más violentos de junio de 1949 a junio de 1953 fueron en su orden:
Urrao, Puerto Berrío, Dabeiba, Frontino, Betulia, Remedios, Turbo, Maceo,
Sabanalarga, Caucasia, Ituango, Salgar, Antioquia, Concordia, Betulia (Figura
8).
El momento más álgido en 1952. La curva describe un ascenso vertiginoso
hacia noviembre de ese año, cuando se concreta en el país la reunión de la
Constituyente promovida por el gobierno de Laureano Gómez, y un descenso
estrepitoso de la cifra de hechos violentos a partir de ese momento hasta el
golpe de Rojas Pinilla (Figura
7).
3.
La liturgia
y el lenguaje de la politica
Fuera
de su tradicional injerencia de orden político, la Iglesia está presente en
la vida de los municipios también a través de la expresión de su liturgia.
En la localidad todo el tiempo es de Dios. El decurso natural de los días va
construyendo un tiempo sagrado, a través de vistosas y masivas ceremonias,
herederas del barroco, que se celebran cotidianamente y en especial en las
grandes festividades, en parroquias y catedrales. En esas circunstancias el
cura se asegura que dos propósitos se cumplan prioritariamente: ser escuchado
desde el púlpito -cátedra sagrada de la sabiduría, como es llamado ese
lugar - y que todos los miembros de la sociedad reciban todos los días la
sagrada comunión después de haberse confesado debidamente. De lunes
a viernes, desde las 5 y cuarto de la mañana se realiza el despliegue
de estas actividades en el templo parroquial. Las campanas suenan desde esa
hora para anunciar el rezo del Ave María, y no dejan de marcar el ritmo de la
vida municipal hasta el atardecer. Ya en la caída del sol hora son los
triduos, los trisagios, las procesiones y las confesiones, después de un
largo día de misiones rurales alternadas con despacho parroquial.
Este
ritmo de vida se entrelaza con una imagen temporal más amplia que se extiende
a todos los momentos del año, y que hace posible que cada mes tenga un
significado místico. Se trata del año litúrgico.
Para
la población la actividad diaria en todos los órdenes tiene como referencia
las estaciones principales de ese año que son la Navidad, la Semana Santa, la
Virgen del Carmen, las patronales, Corpus y San Isidro. Pero cada mes tiene un
signo espiritual: enero es el mes el Santo Nombre de Jesús, febrero, de la
vida oculta de Jesús, marzo es San José, abril es Cristo como redentor, mayo
es el mes de Virgen María como madre, en junio el Sagrado Corazón de Jesús.
Los datos muestran que la curva de La Violencia se levanta durante estos
cuatro años en momentos en que la liturgia logra concentrar a grandes masas
de creyentes para realizar esas celebraciones en las cabeceras municipales. Y
que los motivos marianos de esas fiestas siempre sirvieron de marco a las más
intensas escaladas de La Violencia en Antioquia. Las cifras de hechos
violentos se elevan principalmente en mayo, mes de la Virgen María, y se
sostienen en agosto, el mes de la Asunción, septiembre, mes del Bendito
Nombre de María, y octubre el del Rosario. Hay que concluir que el tiempo de
la Virgen María siempre fue el tiempo de la violencia en Antioquia[28]
(Figura
8).
Construida
sobre el aparato simbólico de la liturgia, la vida de la parroquia gira
alrededor de la febril actividad del cura quien se dedica regularmente a la fundación
y asistencia de colegios y escuelas,
a la realización de misiones,
romerías, procesiones, reuniones masivas,
al culto
cuidadoso mañana y tarde, a
darle
vitalidad a las cinco divisiones clásicas de la feligresía: hombres,
mujeres, señoritas, jóvenes, niños,
a fundar hospitales
y casas de beneficencia, predicar contra la inmoralidad y los vicios,
celebrar
con pompa las grandes fiestas. La feligresía está organizada por las
asociaciones, que vinculan a todos los estados y géneros de personas,
gamonales, funcionarios, campesinos,
en organizaciones parroquiales tales como la Pía Unión de Hijas de
María, Archicofradía
del Santísimo para señoras, la del Sagrado Corazón y
la Venerable
Orden tercera para señores, la reunión de San Luis Gonzaga para jóvenes y
la Cruzada Eucarística y la Santa Infancia para niños. Organizaciones que
reúnen a no menos del 95% de la población. Junto a ellos están la
Propagación de la fe, la Cofradía del Santísimo, las Catequistas,
la Santa Infancia, la Hermandad de la Virgen del Carmen, la Venerable
Orden Tercera, la Congregación de Madres Católicas, todas de carácter más
especializado.
El
ritmo de la vida mantiene las características del catolicismo colombiano de
este siglo: gran dinamismo en torno a motivos que han sabido guardar el tinte
barroco de las prácticas católicas:
misa
constantemente,
piedad en torno Santísima Virgen, frecuencia de la confesión,
oración mental, vida de gracia, vida sin pecado mortal.
Procedente
de una preocupación de data medieval, la eucaristía, celebración de un
sacrificio incruento, según la teología tridentina difundida en los
seminarios, ocupa el lugar central de esta ritualidad.
El
ámbito sagrado que abarca la parroquia se inscribe más allá del mismo
centro del culto. Los templos rurales, con la sobriedad del estilo gótico o
la exuberancia del barroco, tienen rasgos comunes que las hacen aptas para
estos propósitos, así como ese despliegue de la liturgia conserva los rasgos
de la contrarreforma.[29]
Son el principal punto de referencia en la vida social. Su ámbito va hasta la
plaza, en donde al sonar la campanita que anuncia los momentos cruciales de
una función litúrgica, todos en el mercado se silencian, se quitan el
sombrero y se arrodillan.
Se extiende a los campos en donde monumentos a la Virgen, muchos de los cuales
fueron destruidos durante La Violencia, las cruces, los “via crucis” y los
calvarios, que rememoran la muerte de los caídos y que proliferaron en este
período de La Violencia, son expresión del ámbito religioso único que
conforman. Todos
estos elementos, que configuran la vida diaria de la localidad marcan también
la trama sobre la cual se teje la violencia. No se podría entender esa
violencia sin conocer la
vida de la parroquia, centro en el cual al mismo tiempo se percibe el
sufrimiento que aquella confrontación generó en su seno.
El
púlpito
supo guardar una estrecha relación con la política y una decidida enemistad
con la cantina. Y aunque desde él se escucharon voces que llamaron a la
reconciliación y a la concordia, también se hicieron oir arengas y
señalamientos, con carácter sagrado, que soliviantaban los ánimos y
estimulaban el uso de la violencia. Tanto que los partidos no tuvieron
inconveniente en hacer del lenguaje litúrgico su forma de hablar, para
apropiarse la estructura de poder que quedaba configurada en el aparato de la
ritualidad oficial y en las enseñanzas del catecismo. Muchos documentos de
los partidos y las intervenciones de líderes, que alcanzan gran popularidad,
y que sirvieron de condimento a la violencia, hacen uso del lenguaje de la
liturgia para exponer sus estrategias políticas. Un panfleto, parodia de esos
textos, circuló en Antioquia en abril de 1950 y ponía de presente la
apropiación de la piedad y de las enseñanzas católicas por parte del
partido conservador.
Es un volante
con las imágenes del presidente Ospina Pérez y del jefe supremo del
conservatismo, Laureano Gómez, con un «Santo Credo conservador», una
«invocación» y un «Catecismo conservador», que dice en algunos apartes:
Creo
en Mariano Ospina Pérez todo generoso, creador del cruce y de la Unión
Nacional; creo en Darío Echandía, su único ministro, que fue concebido por
obra y gracia de la ira y del intenso dolor que nació en Chaparral del
Tolima; que padeció bajo el poder de Jorge Eliécer Gaitán, fue designado,
derrotado y anulado; descendió al izquierdismo y resucitó entre los
amotinados el nueve de abril...(). [30]
El
carácter de cruzada religiosa que tomó el fenómeno de La Violencia en el
vórtice de la lucha política[31]
es a su vez denunciado por un panfleto liberal fechado a mediados de 1952, el
cual ponía en duda la eficacia de la Iglesia en la solución del problema de
la violencia. El texto, que se titula “Paz
godo-clerical. La paz una nueva farsa”, dice:
Se
utiliza un elemento pasivo, la mujer y la sotana. Vino primero Mícara con
todos su arreos de color a fascinar a ignorantes. Después la Virgen de
Fátima, la Divina Providencia puso fin a la farsa, pues la imagen cayó en el
avión de Bucaramanga. Después la Cruz de Jerusalén, un pedazo de palo. El
clero que declara la guerra, ahora predica la paz. Curas encabezan los
ejércitos de chusma y dirigen la acción a sangre y fuego. Se acabó el clero
guerrero y sanguinario.[32]
El
documento marca los hitos que sirvieron de punto de referencia a la acción de
la Iglesia en el periodo: la primera visita que un prelado de alta categoría
hacía a Colombia, el cardenal Mícara, como prueba de una presencia tangible
de la Santa Sede en Colombia, las peregrinaciones por todo el país de la
Virgen de Fátima y las procesiones con la Cruz de Jerusalén.
La
acción de la Iglesia antioqueña durante La Violencia está marcada por
cuatro momentos. En el primero es evidente su preocupación por neutralizar
las elecciones. Va de finales de 1948 a febrero de 1950. No obstante, los
comicios celebrados el 5 de junio de 1949 se convirtieron en una jornada de
desconocimiento de la autoridad de la Iglesia. Por eso en las localidades del
Suroeste, en donde comienza la violencia, varios párrocos conservadores
ejercen presión política sobre
los liberales para que abandonen su partido. En los hechos de Urrao, con
motivo de la visita de la Virgen de Fátima, hieren al padre Herrera como
expresión de protesta de los conservadores contra el clérigo. Hay disidencia
en el clero antioqueño en torno al candidato conservador, y parte de él se
manifiesta contra Laureano Gómez, no hay
pues consenso desde el principio en torno al personaje que llegará a ser
elegido presidente. El incendio de Rionegro pone de presente el enfrentamiento
de las localidades con distintas filiaciones partidistas, y su configuración
a la vida religiosa doméstica pues el crimen se preparó en el marco de las
fiestas patronales de Envigado, de donde viajaron conservadores a incendiar la
vecina localidad de mayoría liberal.
En
el segundo momento,
la
iniciativa de acción política corresponde ahora a muchos párrocos,
sobretodo de la diócesis de Antioquia, que tratan de proteger a los liberales
agredidos por los conservadores. El protagonismo lo asume Mons. Andrade, quien
defiende al partido liberal. Al lado de él luchan los padres Blandón,
Jiménez y Osorio de su diócesis. Muchos párrocos se enfrentan en la
práctica, inclusive en la diócesis de Santa Rosa de Osos, al gobierno
regional, por los abusos del ejército y de la policía contra liberales o
conservadores. Durante este período, que coincide con la segunda fase de La
Violencia, hay fuerte campaña de la Virgen de Fátima, con procesiones y
concentraciones que resultan contradictorias por la polarización que generan,
en 25 de las cien localidades municipales de Antioquia.
Se
reduce el número de atentados contra lo religioso, aunque el asesinato del P.
Walter Castillo en agosto de 1950, a manos de liberales en un caserío del
extremo occidental de la diócesis de Antioquia, manifiesta la agresión de
que puede ser objeto el clero. En resumen, dos mundos se contraponen: el gran
terror en la diócesis de Antioquia y el color de fiesta en la arquidiócesis
de Medellín con motivo de la celebración del Sínodo, que tiene resonancias
regionales y de la Coronación de la Virgen de la Candelaria patrona de la
ciudad que se celebra precisamente en el pico más alto de la violencia en
esta fase. La definición dogmática de la Asunción de la Virgen, otro de los
temas agitados por la Iglesia a través de la liturgia, es aprovechada
también por el gobierno para mostrar gran consenso con la Iglesia, sobretodo
con la Sede de Roma.
En
el tercer momento, de marzo 50 a diciembre de 1951, la Iglesia se propone
hacer una exhortación a la paz, y lanza una gran promoción de la parroquia
como el punto de partida de esta iniciativa.
El
3 de febrero de 1951 Mons. Builes publica una pastoral sobre la violencia, que
tiene particular resonancia, porque coincide con una nueva escalada. A partir
de este momento vuelven a ser más insistentes las intervenciones de la
Iglesia a través de declaraciones públicas y circulares de carácter más
interno. En mayo 15 de 1951, por ejemplo, Mons. Andrade denuncia el grave
estado del orden público en su diócesis. El 14 de se reúne la Conferencia
Episcopal en Bogotá y produce una exhortación a la paz y la concordia
ampliamente divulgada no sólo en las diócesis antioqueñas sino en todo el
país.
El documento despierta en las localidades una intensificación de los
atentados a objetivos religiosos, comenzado por los significativos sucesos de
Peque en agosto de 1951, de donde junto con la población el cura hubo de
salir “exiliado” por la amenaza liberal. La iniciativa de acción de la
Iglesia antioqueña es más dinámica, pero a nivel de los párrocos, no tanto
de las autoridades jerárquicas. El
debate a través de los medios, en la Hora Católica en emisoras de Medellín,
pone en evidencia la división interna de la Iglesia local. Hay
contradicciones entre el gobierno regional civil y el gobierno de la diócesis
de Santa Rosa de Osos, hecho sin antecedentes: el gobernador Braulio Henao M.
no reconoce que sean ciertas las denuncias de Mons. Builes sobre abusos de
autoridades en localidades de su diócesis. La Conferencia episcopal nacional
se pronuncia después de que pasa todo con un mensaje sobre la paz.
El
4 de marzo de 1951 el cura de Urrao se pone en contacto con el jefe
guerrillero Juan de J. Franco para hacerle propuesta de dejación de las
armas. A pesar de la buena voluntad mostrada por el cura y de la respuesta
interesada del jefe guerrillero, la iniciativa, que se extinguió siete meses
después, no tuvo buenos resultados, por la inconsistencia de la propuesta y
por el desdén con que fue mirada tanto por las autoridades civiles como por
las religiosas.
En
el cuarto
momento, de enero de 1952 a enero de 1953, la Iglesia continúa su compaña en
favor de la paz, pero elude la confrontación política directa.
El
clero antioqueño se muestra menos compacto que nunca. Hay claras diferencias
de criterios políticos entre la arquidiócesis de Medellín y la diócesis de
Santa Rosa de Osos. Los curas aparecen de nuevo muy enfrentados, pero hay más
protagonismo del ala conservadora del clero. La Iglesia oficial, muy
silenciosa, se muestra con señales de cansancio y en medio de una gran
prudencia sale de la confrontación político-partidista abierta, con
excepción de Mons. Builes, quien cada vez que escribe se exhibe más
beligerante. Hay una fuerte iniciativa de la arquidiócesis de Medellín por
desarrollar un trabajo extensivo de carácter social. “Juntas
patrióticas” constituyen la más discreta actuación de la Iglesia, pero
esa idea tampoco da buenos resultados. Al final de este momento el gobernador
de Antioquia convoca al episcopado local para analizar el tema de la
violencia.
A
finales de 1952 el presidente de la República es condecorado por la Iglesia,
y a Mons. Miguel A. Builes le otorga el gobierno la Cruz de Boyacá. Casi al
mismo tiempo, sin aparentes motivos sale Mons. Andrade Valderrama de la
diócesis de Antioquia.
De enero
de 1952 a junio de 1953 la Iglesia sale del escenario. Solo empezará a
manifestarse de nuevo con la caída de Laureano Gómez.
De
una
imagen de la Virgen de Fátima que recorrió algunos municipios del
departamento de octubre de 1949 a enero
de 1951 se difundió un ambivalente prestigio, que la acompañó hasta su
silencioso final, tanto de calmar la violencia como de estimularla. Enviada de
España por el controvertido arzobispo coadjutor de Bogotá, Juan Manuel
González A., llegó a Medellín a mediados de 1949 y su protagonismo coincide
con la primera escalada de La Violencia en Antioquia. Concentraciones masivas
de creyentes se produjeron al paso de la peregrinación de la imagen por
pueblos y caseríos. La romería comenzó en julio de 1949 en Puerto Berrío y
terminó en enero de 1951 en Medellín, luego de haber recorrido en ese tiempo
los principales escenarios de La Violencia en Antioquia
y de haber reunido en torno a ella miles de creyentes que en ocasiones
se valieron de ella para afianzar la presencia del partido conservador en una
localidad, como sucedió con su paso por Urrao, en donde fue motivo de graves
disturbios protagonizados por conservadores contra los liberales, y en los
cuales fue inclusive herido un sacerdote.
En
su tránsito a Dabeiba por Antioquia fue causa de un incidente con el obispo
local, quien prohibió su ingreso a su jurisdicción, hecho que se registró
como signo de la polarización religiosa en la región en torno a La
Violencia. En la lucha contra el comunismo fue la principal aliada del
gobernador Berrío, y su carácter como icono de la doctrina conservadora se
hace más desafiante cuando el 11 de octubre de ese mismo año el alcalde de
Medellín la nombra por decreto como “conductora de la lucha
anticomunista”[33].
Inspirado en la lucha ideológica del Salazarismo en Portugal, de donde es
originaria la devoción, el recorrido mariano termina con la amarga sensación
de que esas procesiones le han prestado un pésimo servicio a la convivencia
política regional.
4.
Odium cleri et plebis
Un
documento hallado en Sabanalarga, y fechado en octubre de 1952 expresa la
mentalidad religiosa popular en medio de la confrontación violenta del
momento:
Señor
Juan de Jesús Holguín: Estimado amigo
rresevi
tu carta en la cual nos dices que lleve
mos
los niños a Bautizar; por aqui supimos
que
el padre nos deseaba la muerte a todos, que
en
el Pulpito decía que de la Garrucha para acá
chico
y grande; Esas palabras si podrian ser de un
ministro
de Dios,¿ Ud lo sabe mejor si es susto o mentira; también supimos disque
bajó a Orobajo de
carabina terciada: por eso aqui en este lado no lo llamamos Padre, sino el
Principal chusmero
de
Sabanalarga. y por esos motivos es que no llevamos los niños a bautizar,
menos de que no can-bien ese chusmero, que nos decea la muerte, tantas
veces.
"Cuando la comición venía, y llega a alla y le conta-ban a el, que
abían matado a muchos; disque él los aplaudia y decia que hay ivan acabando
con la sangre mala. Pero Dios estaba con nosotros que no nos dejó pasar nada
y sin que decirle. Tus amigos de este lado, que estamos vivos por el poder
de
Dios"[34].
En
la
garrapateada misiva dice una madre campesina que no quisiera que el cura de la
parroquia bautizase a sus hijos. De la misma manera que los ministros
restringen el acceso a los sacramentos a liberales, los padres de los niños,
liberales,
se niegan a que los curas conservadores los administren. La carta se
refiere a un párroco que en ese momento es un hombre altamente politizado en
la diócesis de Santa Rosa de Osos y que es acusado allí de celebrar con
aplausos la muerte de sus feligreses liberales.
De
los 518 sacerdotes que en ese momento trabajan en Antioquia, unos
105, es decir, el 20%, intervienen abiertamente en política, como consta en
los registros tanto de los archivos eclesiásticos como oficiales del gobierno
de Antioquia[35].
De ellos 28 son de la diócesis de Antioquia, es decir, más de la mitad de
los curas que operan allí tienen incidencia directa sobre la trama política
de la región. Treinta de la diócesis de Santa Rosa de Osos, que equivale al
27.5% de la totalidad de su clero también participan en política activa. En
Jericó es el 22.7% (16 sacerdotes) y en Medellín el 9% , es decir, 21. Esas
intervenciones se refieren a muchos aspectos. A la petición de dichos
clérigos para cambios de funcionarios, sobretodo de alcaldes e inspectores
que no son de su agrado o conveniencia moral, administrativa o política. A
que aparecen en listas de visitadores del partido en el poder en las cuales
son reputados como buenos colaboradores “de la causa” conservadora. A que
algunos son mencionados en circunstancias de confrontación política y de
ellos se dice que soliviantan los ánimos de un grupo político contra otro. O
por ser acusados como impugnadores de los feligreses que se dicen liberales. O
aparecen solicitando armas o ayuda a las autoridades para el control del orden
público. O están involucrados en la creación y apoyo de cuerpos armados de
civiles o fungen como denunciantes de atropellos y de violencia contra
ciudadanos o poblaciones.
Ahora
bien, en cuanto a su filiación política aparecen los siguientes casos. Los
que denuncian injusticias y atropellos contra liberales (casos de los padres
Jiménez . Osorio y Blandón, de Antioquia, y Yepes, Restrepo y Jaramillo en
Santa Rosa). El grupo que dialoga con bandoleros para llegar a presuntos
acuerdos (caso del cura de Urrao, padre Manuel Ramírez o de Jiménez o
Azarías Osorio en Dabeiba y Juntas), éstos son tildados de liberales en un
43%. El 30% se manifiesta abiertamente conservador, sobretodo en la diócesis
de Santa Rosa. Un 14% interviene en el nombramiento de funcionarios. El 7%
aparece pidiendo armas o intervención armada y el 4% apoyando o estimulando
las agresiones físicas a liberales o conservadores.
El
criterio y la acción políticos de este clero, muchas veces clandestinos o
disimulados, no son compactos en el entorno diocesano con respecto a la
problemática que presenta La Violencia. Es fácil ver en Medellín a un clero
heterogéneo en su manera de pensar, pero proclive a apoyar al
gobierno conservador en la práctica. El de Santa Rosa se percibe más
solidario en torno a las orientaciones de su obispo, aunque no dejan de
percibirse asomos de disidencia. Allí se presentan más casos de apoyo de
curas a las iniciativas conservadoras de armar civiles. En la diócesis de
Jericó la corriente es más abiertamente conservadora, con algunos casos de
disidencia liberal, pero muy firmes y arraigados. En Antioquia se dan casos de
apoyo a los liberales, que no resultan del todo aislados con relación al
criterio del obispo y en general de la diócesis.
La
disensión no se presenta solamente en la base, en donde es fácil ver
a un clero no totalmente compacto en su manera de pensar y unido
totalmente a su prelado. No existe consenso tampoco entre los cuatro prelados.
El
obispo de Antioquia, Mons. Andrade, según el sentir de Mons. Builes, fue
objeto del “odium cleris et plebi”, el odio del clero y la plebe.
La frase latina se usa para interpretar una circunstancia en la cual quien
tiene un ministerio sagrado es odiado por la comunidad a la cual sirve. Como
el clero de la diócesis de Antioquia, incluido su prelado, se inclinó más a
la defensa de los liberales sobretodo durante el primer ataque conservador, el
obispo de Santa Rosa se la aplicó a éste para apoyar el argumento que
demostraba el disenso del obispo de Antioquia. Hay documentos que muestran a
Mons. Builes también como objeto de mucho rechazos. Para él ese odio es
parte del sacrificio que su apostolado le impone por su entrega decidida a
hacer el bien. En el caso de su colega en el episcopado su actitud tolerante
en la compleja maraña política de la diócesis de Antioquia era una
agresión a la fe católica. Mons. Andrade perdió finalmente el apoyo de la
Santa Sede, y salió de la diócesis en medio de una enorme pesadumbre a
finales de 1952, casi al mismo tiempo que Mons. Builes recibía la Cruz de
Boyacá, que le fue concedida durante el gobierno de Laureano Gómez, y su
promoción al solio pontificio que le concedió la Santa Sede. El obispo de
Antioquia, enfrentado a la problemática de una diócesis de mayorías
liberales, pasaba por ser un obispo liberal, es decir, una extraña figura,
“en la que sobra el cura”.
El
odio de la gente por los dirigentes religiosos se expresó también casi a lo
largo de todo el período de La Violencia, con una notable intensificación
hacia mayo de 1950, cuando se declara la segunda fase, de
ataque y destrucción de símbolos que pertenecen a la entraña misma
de la cultura religiosa de la región. De este modo fue asesinado por
liberales en Turbo, diócesis de Antioquia, y su cadáver profanado, el joven
presbítero
Walter Castillo, mientras celebraba un matrimonio en julio de 1949, el anciano
padre Herrera fue apaleado por la turba conservadora en Urrao durante la
procesión de la Virgen de Fátima, en Acandí fue atacado el cura párroco
por la chusma liberal, en Urama el P. Azarías Osorio fue varias veces
desafiado y amenazado públicamente por funcionarios públicos del partido
conservador por defender a unos campesinos liberales de la violencia. Siendo
párroco de Remedios, el cura Santiago Echeverri, fue vejado y traído a
Puerto Berrío por la chusma liberal que pretendía ejecutarlo. De la misma
manera fueron amenazados y despojados de sus bienes el P. Zapata, a quienes
los guerrilleros le robaron parte del ganado de una finca de Urrao, y el Padre
Giraldo, en Caicedo, a quien le fue incendiada su residencia por los
liberales.
En
Abejorral fue interrumpida a bala una procesión de Corpus Christi que
terminó con un guardia de Rentas herido. En Fredonia machetearon el cuadro
del Corazón de Jesús del Directorio Liberal, en Dabeiba destruyeron un busto
de la Virgen de Fátima, en Peque fue saqueada la casa cural y destruida la
estatua de una Virgen de Fátima. En Caucasia profanaron la casa cural, y otro
cuadro de la Virgen de Fátima y del Corazón de Jesús quedaron hechos
pedazos durante un ataque de grupos armados liberales a la población.
Las
destrucciones de imágenes religiosas siguen a los ataques de las poblaciones
y están acompañadas de escritos en las paredes o de gritos que denuncian las
razones ocultas pero esenciales de esta confrontación armada, y que tiene que
hacer uso de armas como los motivos religiosos. Significa sobretodo que La
Violencia llega hasta el alma misma de la cultura religiosa de Antioquia, como
una forma de mostrar el grado de cohesión que tiene con ella.
Fuentes
Escritas:
Archivo
Histórico de Antioquia, AHA,
Archivo
de la Oficina Judicial de Medellín, AOJM,
Archivo
de la Arquidiócesis de Medellín, ACAM,
Archivo
de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, ACSO,
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de la Diócesis de Jericó, ADJ
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de la Arquidiócesis de Antioquia, AASA
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de la Familia del guerrillero liberal Juan de J. Franco, AFCF
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Personal del Padre Ramón Ramírez, APRR,
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de la Familia Widemann, AFW
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del Seminario Mayor de Medellín, ASMM
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del Seminario de Santa Rosa de Osos, ASRO
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de la Familia Echeverri, AFE
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Parroquial de Betulia, APB
Fundación
Antioqueña para los Estudios Sociales, FAES
Orales:
Prensa:
El
Colombiano
El
Correo
El
Diario
El
Tiempo
Estadísticas:
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En ese año hay 15 millones de habitantes en el territorio nacional, es
decir, menos de la décima parte de la población de Colombia en el 2000.
Las cifras de Pécaut, Daniel. Orden y violencia. Colombia 1930-1954.
2 vols. México, Siglo XXI, 1987, p. 489s. son las más elaboradas.
Antioquia tiene el primer lugar en densidad poblacional, con 24 habitantes
por kilómetro cuadrado, le siguen Tolima (32) y Valle (52), ver el Anuario
General de Estadística 1953, p. 21. La distribución de la población
por sexos es de 51% para hombres según el Panorama Estadístico de
Antioquia Siglos XIX y XX, Bogotá, Departamento Administrativo
Nacional de Estadística, DANE, 1981, p. 69.
Ib. p. 72. Economía y estadística, Revista del Departamento
Administrativo Nacional de Estadística, IV Época, No. 83, Bogotá,
junio de 1957, año XIII, p. 55. Hay 374.486 analfabetos, esto es, el
31.5% del total de habitantes.
Roldán, Mary J. Genesis and evolution of La Violencia in Antioquia,
Colombia, 1900-1953. Harvard University, Ph. D. Thesis, 1992, p.
268.
"El viejo orden moral, del cual la Iglesia era el escudo, se ha
derrumbado a finales de los años 60 y no ha sido reemplazado por nada. La
política ha dejado de suscitar pasiones ". Ver Pécaut, Daniel. "Pasado,
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Los frentes de Eduardo Franco y Guadalupe Salcedo en Cusiana, Arauca, y
San Martín en los Llanos Orientales, las de Gerardo Loaiza y Jacobo Frías
Alape en el sur del Tolima, quien estableció contacto con los
guerrilleros agraristas del alto Sumapaz, encabezados por Juan de la Cruz
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la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 2 de marzo de 1999,
versión de Gustavo Mesa, p. 12
Roldán, M.o .c. p. 217. Los votos liberales en junio 5 de 1949 fueron
98.349 contra 130.586 que son los conservadores. Es el departamento con más
alta votación conservadora. Le sigue Boyacá con 103.648 contra 38.249
liberales. Los pueblos seguían siendo liberales.
Roldán, Mary. Hegemony and Violence: Culture, Class, and
Politics in 20th Century Antioquia, Informe final presentado a
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presente y futuro de la violencia en Colombia". En:
Blanquer, Jean Michel, Christian Gros, editores. La Colombie à l'aube
du 3ème millenaire. Paris, Institut des Hautes Ètudes d'Amerique
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