XI
Congreso de Historia de Colombia
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PONENCIAS (texto
completo)
Grupos sociales y
prácticas mágicas en el Nuevo Reino de Granada Diana
L. Ceballos Gómez
"A
la différence de la catégorie universelle sous-jacente, le concept de vérité
peut non seulement varier de
culture à culture, mais aussi être diversifié à l'intérieur d'une même
culture."
Dan
Sperber
"Un
texto, o un discurso, se hace simbólico desde el momento en que, mediante un
trabajo de interpretación, le descubrimos un sentido indirecto."
Tzvetan
Todorov
"Para
un pensamiento fundado en la operación dicotómica, el principio del todo o
nada no tiene solamente un valor eurístico, sino que expresa una propiedad
del ser: todo ofrece un sentido, pues si no, nada tiene sentido".
Claude Lévi-Strauss
El
pensamiento se organiza de acuerdo a las estructuras simbólicas[1]
públicas disponibles[2],
estructuras que varían de una cultura a otra, o de un grupo sociocultural a
otro, y que responden a un dispositivo simbólico general, propio de la
especie humana. Cuando se habla de simbolismo, se habla de un dispositivo
cognitivo autónomo, que participa en la constitución del saber (saberes de
todo tipo) y en el funcionamiento de la memoria[3].
En contextos sociales diferentes, aún en el seno de una misma cultura o de
una misma comunidad, las estructuras simbólicas producen “una multiplicidad
fragmentada y diferenciada de representaciones”[4],
que se materializan en prácticas diferentes (prácticas mágicas, prácticas
discursivas, políticas, médicas, económicas, etc.). Las prácticas mágicas
son, entonces, una forma más de aproximación al entorno, de puente entre
individuos o sociedades y la naturaleza, cuya característica básica reside
en que tienen eficacia simbólica.
Las
prácticas mágicas, pues, hacen parte de los sistemas simbólicos, son
aparatos cognitivos, sistemas de conocimiento, que proporcionan formas
distintas de acercarse al mundo y de construir y constituir “lo real”, así
como de intervenir sobre el mundo. Estas prácticas y los diferentes universos
simbólicos y referentes, desde los que se interpreta, se observa y se piensa,
generan diferentes imaginarios respecto al otro y a los otros,
que posibilitan y permiten el
reconocimiento
y la caracterización de los demás, es decir, de individuos o de grupos
culturales: de unos individuos respecto a otros y de unos grupos étnicos y/o
culturales respecto a otros. Las prácticas mágicas son un “lenguaje”, un
sistema simbólico completo,
con una lógica interna de funcionamiento, que se rige por sus propias reglas,
su propia ”gramática” y de acuerdo a sus propios mecanismos, y actúa
donde otros saberes son ineficaces. Por lo tanto, una lectura desde otro
sistema o saber -bajo los parámetros de otro lenguaje- se hará sólo bajo el
riesgo de una mala interpretación o de una interpretación defectuosa.
De
forma esquemática se podrían definir los imaginarios culturales como el
bagaje mental con el cual una cultura, un grupo social o un conjunto de
individuos se acercan a lo “real”, y por medio de los cuales clasifican,
distinguen, interpretan y caracterizan el mundo y las personas que los rodean.
Las
acusaciones de brujería, hechicería, curanderismo y similares son un medio
de control social y, su persecución como delito, una forma de
marginalización o puesta en orden de los sectores sometidos de la sociedad
(minorías, grupos segregados, explotados o sectores sometidos).
Algunos jueces persiguen a indios, negros, mestizos de todos los colores,
blancos pobres –inscritos en la cultura popular-
y mujeres, por sus formas mágico-culturales de conocimiento y de relación
con el entorno por la necesidad política de contar con cierta homogeneidad
cultural, que permita el funcionamiento de cierta idea de gobierno. Por medio
de la penalización se pretendía impartir orden y controlar determinadas
prácticas, individuos, grupos o tipos culturales.
La persecución también tenía como propósito la “occidentalización”,
cierta homogeneización cultural de las capas subalternas de la sociedad, y
complementaba los esfuerzos de cristianización de curas y doctrineros. Su
objetivo, sin embargo, estuvo lejos de cumplirse y más que un exterminio, se
produjo una amalagama de creencias y prácticas de diversa procedencia, que
hacen hoy parte del patrimonio cultural de los colombianos.
De
igual manera, las prácticas mágicas participan en la producción y solución
de conflictos y en todo el engranaje del control y de la autorregulación
sociales, propios de las sociedades del Antiguo Régimen.
Hacen las veces de válvula en las relaciones sociales y definen ciertos
espacios de interrelación entre los grupos sociales y entre las personas,
siendo una característica fundamental el que la mayoría de las personas que
se ejercitan en dichos saberes o de quienes son acusadas por dichas
prácticas, aún sin ejercerlas, son intermediarios culturales,
y un gran número de ellos, además de intermediarios, son también mestizos
culturales. Personas que ocupan una posición de intermediación en la
sociedad, anfibios culturales que nadan, no ya únicamente entre la(s)
cultura(s) popular(es) y la cultura de élite o entre grupos sociales, sino
entre diferentes culturas y grupos étnicos. Están expuestos a todas las
miradas y por su papel en la sociedad están también expuestos a suscitar
enemistades y a estar en el centro de los conflictos. Muchos los conocen y
esta visibilidad posibilita que sean presa fácil para convertirlos en chivos
expiatorios o de que sus faltas a las convenciones religiosas, sociales,
éticas o morales sean más rápidamente señaladas o denunciadas, a través
de una acusación por brujería, hechicería, yerbatería o similar. No
solamente resultan a menudo acusados, con frecuencia también se convierten en
acusadores de los otros, pues generalmente conocen a muchas personas, se
comunican y hablan bastante. A esto contribuye, sobre todo ante el Tribunal de
la Inquisición, la obligación que tiene el acusado de denunciar y develar
los nombres de sus cómplices. Como para este Tribunal la brujería se
entiende como un crimen colectivo, que es siempre de carácter negativo y que
cuenta con la colaboración tácita o explícita del Demonio, se espera como
un hecho dado la existencia de cómplices y su delación en la Sala de la
Audiencia.
Una
parte de los acusados, especialmente los curanderos/as y yerbateros/as, son,
además de intermediarios culturales, mestizos culturales. Se encuentran en la
frontera de las culturas y, particularmente, de las medicinas, situación que
los hace doblemente marginales. En el caso americano colonial esta frontera
entre las culturas es tal vez más nítida y paradójicamente también más
difusa, porque no se limita a la existente entre cultura popular/cultura de
élite e involucra elementos de varias culturas totalmente diferentes,
procedentes de muy disímiles espacios geográficos y poseedoras de una
estructura interna diversa, es decir, de diversas técnicas y formas de actuar
sobre el mundo. Estos hombres y mujeres mezclan prácticas y conocimientos
médicos, ritos, rituales y costumbres provenientes de dos o tres vertientes
distintas: de la española -europea mediterránea, con todas las sucesivas
herencias recibidas: griegos, fenicios, iberos, romanos, árabes, godos,
visigodos, celtas, vascos, judíos, etc.-, de la(s) negra(s) –yorubas, fon,
mandingas, mina, ararás, congos, angolas y lucumíes- o de la(s) india(s)
–muiscas, zenúes, taironas, tolimas, caribes, etc.-. Algunos llegan hasta a
aprender el oficio al lado de un médico inscrito en la tradición europea,
pero en el ejercicio emplean también
rituales
y plantas americanas procedentes de la tradición indígena y prácticas
adivinatorias y métodos de tratamiento con origen en los tres continentes. De
la mayoría de ellos podríamos decir que son mestizos en el sentido completo
de la palabra: son mestizos de sangre y son mestizos culturales, además de
intermediarios culturales –no todos los mestizos culturales, que en el Nuevo
Reino son la mayoría, son intermediarios culturales-, pertenecen a las clases
subalternas y, a su vez, su práctica se dirige fundamentalmente a estas
últimas.
Los
cirujanos, los médicos, las parteras, los sastres, las lavanderas, los
sirvientes, los esclavos domésticos, los sacristanes, los plateros,
intermediarios culturales, se hallan a caballo entre los diversos mundos y sus
oficios o funciones los colocan en lugar de privilegio para visitarlos.
Ciertos esclavos del servicio, por ejemplo, visitan el mundo de los negros, el
de los amos propios y el de los amos de otros negros, entran en las casas
llevando recados y encargos, van al mercado a hacer las compras y entran en
contacto con los comerciantes, a veces salen a trabajar para conseguir su
sustento y el de sus amos, van libres por la ciudad y se meten en rincones,
adonde una señora y escasamente un señor podrían entrar. Muchos de los
acusados por brujería son personas de gran movilidad (movilidad, libertas,
o mejor, la falta de control con que la gente va y viene sin que se le
sobrevenga mucho, porque el tamaño del Imperio no permite un control
institucional sobre las personas). Se les encuentra en Lima, en Panamá, en La
Habana, en Cartagena, en Sevilla, en los puertos y ciudades importantes. Este
aspecto puede ser quizás importante en la configuración de un perfil de los
acusados. Estos que hablan, conversan, se relacionan y se mueven son más
susceptibles de ser denunciados, por provenir el control, y en consecuencia la
acusación, de la sociedad. Esta movilidad les permite a su vez adquirir
saberes, como el de la magia amorosa y ponerlos en práctica, saberes que por
definición son de intermediación cultural, social y de género.
Muchas
personas -y se destacan las mujeres- buscan sus servicios, porque creen
firmemente en que tienen poderes -sobre todo los negros- y los persiguen
insistentemente para conseguir un hechizo o veneno o filtro o amuleto o
curación, sin preguntarse si dichas personas tienen la capacidad real para
ello. La mayoría de los intermediarios, que practican la hechicería o que
son acusados de brujería, son habladores y vivarachos, muchas veces
arribistas, capaces e inteligentes y astutos. En la mayoría de los casos son
mulatos, zambos y mestizos, pero sobre todo la mayor parte son libres, razón
por la cual no están bajo el control directo de los micropoderes
(encomenderos, poseedores de esclavos, comerciantes y demás blancos de
calidad), lo que les deja más libertad de acción. Los blancos inscritos en
la cultura popular tienen tanta fe en los poderes sobrenaturales y capacidades
de Dios, del Diablo, de los santos, de algunos hombres, que confían
plenamente en que se pueda modificar el destino y las circunstancias de la
vida con medios extraordinarios. Los blancos que viven en América y algunos
de España saben perfectamente que no todos los Dioses negros e indios son
clasificables como malos o perniciosos y, eso sí, a veces son muy poderosos.
Si se usa de los poderes de Dios, de las Vírgenes y de los santos para sanar
enfermedades, salir de malas rachas económicas, protegerse de los peligros y
males físicos y espirituales, conseguir amores, etc., ¿por qué no usar los
otros dioses y santos para los mismos fines?
En
el lenguaje popular se agrupa bajo el nombre de “brujería” un espectro
muy amplio de prácticas de corte mágico y se denomina “brujos” o
“brujas” a sus practicantes[1],
cuando en realidad poseen características claramente diferenciables y la
lengua española cuenta con una gran riqueza de vocablos para clasificar y
distinguir los diversos matices de dichas prácticas. Esta diversidad
práctica y lingüística hizo que en el mundo español de los siglos XVI,
XVII y XVIII se presentaran acusaciones alrededor de las prácticas mágicas
claramente diferenciadas, definidas explícitamente con términos diferentes,
con connotaciones precisas y aplicadas a grupos sociales o étnicos
diferentes: hechiceras/os, brujas/os, supersticiosos/as, sortílegos/as,
adivinos/as, chamanes –mohanes y mohanas-, nigromantes, zahoríes,
herbolario/as, yerbateros/as, ensalmadores, curanderos/as, conjuradores de
estrellas, embaucadores... La valoración jurídica que de ellas se hacía, su
valoración como “delito”, su gravedad, así como su castigo, estaban
también bien definidos.
Aunque,
como es de todos sabido, las prácticas mágicas forman parte de las
culturas-base de América –y de forma extensa se podría decir que de todas
las culturas-, su penalización es la que ha permitido usar la acusación de
brujería, hechicería, herbolaria, yerbatería, curandería, sortilegio, etc.
ante un tribunal para solucionar conflictos o verbalizar problemas o
rivalidades o tomar venganza. Esta función social la cumplen aún en las
sociedades, donde no hay penalización, pero su abuso, es decir, la
perversión de esta función social en venganzas y rivalidades, y su uso -y
abuso- institucional, como herramienta de control desde arriba, sólo son
posibles en sociedades en las que dichas prácticas están tipificadas como
delito o su persecución instituida. Con ello se pasa del ámbito de lo real
al de lo simbólico y muchas personas resultan acusadas por otros motivos
diferentes a una práctica efectiva de lo mágico. Su persecución es una
invención judeo-cristiana[13]
y su penalización sistemática es una invención centroeuropea.
Detrás
de cada acusación de brujería se escondía el miedo, el temor a algo que no
se conocía completamente, a algo extraño o inaprehensible. Las otras
culturas resultaban inquietantes para algunos hombres de la Península
Ibérica. La Justicia, además, trataba de resolver con castigo las
contradicciones de la sociedad. Las acusaciones por brujería, yerbatería,
herbolaria o envenenamiento escondían, por lo general, un comportamiento
socialmente sancionable y servían de vehículo para restablecer el orden
social. El crimen de brujería diabólica es imaginario, pero algunas de las
prácticas a las que se aplicaba la acusación no lo eran. Con frecuencia
detrás de una acusación por brujería había prácticas hechiceriles, una
muerte no explicada o intentos de asesinato. A menudo la acusación de
brujería, hechicería, yerbatería, etc. servía para explicar las muertes de
las cuales no se conocía su causa, las muertes repentinas o aquéllas que al
suceder estuvieron acompañadas de determinados “signos” o “indicios”,
como por ejemplo el hecho de arrojar “culebras” y sabandijas antes o al
momento de expirar, o de desvariar antes de la muerte, ya que en la locura
puede ser causada por brujería. Por lo cual, a veces ocurría que se buscara
el maleficio y su autor: la persona, generalmente de color, que tuviera los
suficientes conocimientos, presumidos o reales, para causar la muerte; y si
acaso alguien de las castas resultaba incómodo, como un cacique o capitán en
un repartimiento de indios, siempre quedaba el recurso de acusarlo de
hechicero.
Los
esclavos, por ejemplo, tenían bastantes motivos para asesinar y confesaban a
veces haber intentado asesinar a sus amos, a otros blancos, a otros esclavos;
haber dado polvos, o yerbas o venenos u oraciones.[14]
Muchos terminaban confesando que mataron a alguien por “medios
mecánicos”,
es decir, ahorcados, ahogados, envenenados, etc. y muchas veces eran estas
sospechas de homicidio las que conducían a que la acusación se llevase a
cabo, pero bajo el cariz de la brujería, con este manto simbólico, que en el
universo mental africano explicaba la causalidad del mundo
(más fuerte simbólicamente). Pero esta explicación y la respectiva
acusación provenían de los sistemas simbólicos africanos y al entrar en
contacto con la Inquisición, mediante el proceso, se pervertía su estructura
interna, por la intervención de otro sistema simbólico, el de la brujería
diabólica europea, más fuerte semióticamente (una cultura más hábil en el
manejo del lenguaje oral y del discurso) y en conexión directa con el aparato
de justicia, por lo que puede acceder al ejercicio de la violencia (tormento,
cárcel, azotes, presión psicológica, promesas de clemencia...) para plegar
los otros sistemas a él y absorberlos, mediante el uso lingüístico.
Con
mucha frecuencia, las muertes infantiles suelen ser explicadas por brujería.
En algunos casos desde la brujería africana, en otros desde la europea, a
veces desde una mezcla de ambas o desde la hechicería y yerbatería mestiza e
indígena. Para un sector de la población, se es brujo naturalmente (o
chamán, o hechicero), sin ser necesariamente consciente de ello, y una parte
de los daños por ellos “producidos”, se sobreentienden, son connaturales
a la vida misma y la explican.
Una
posibilidad de explicación de la muerte rápida y repentina es por el pecado.
Morir rápidamente, de repente o en un accidente, es algo no bien visto, pues
se muere sin padecimiento y sin agonía larga en la cama, sin el tiempo
suficiente para arreglar las cuentas terrenales y divinas.
Pero otra explicación de este tipo de muertes es la provocación por agentes
externos como la brujería, es una explicación más cómoda o, por lo menos,
más liberadora, porque traslada el peso de la muerte de la conciencia
individual a la conciencia colectiva y la culpabilidad del individuo a la
bruja o brujo. De cualquier forma las explicaciones son sólo eso,
explicaciones. En última instancia, ambas tienen la misma función cognitiva
y tienen como fin aligerar el paso, en la conciencia, de la vida hacia la
muerte. Conjuran un poco ese Más Allá indescifrable, es decir, hacen las
veces de puente semiológico -de conexión simbólica- entre un fenómeno
natural incomprensible en sí mismo y las representaciones respecto al Más
Allá y a la muerte misma. Las muertes que no requieren de una explicación y
que son culturalmente aceptadas son aquéllas que se plegan a las
representaciones que respecto a las formas de morir existen.
La
diferenciación entre los delitos “blandos” -yerbatería, hechicería;
adivinación...- y la brujería era tan clara para los jueces, que lo era
también para los demás o viceversa. La imagen de la bruja que adoraba al
Demonio y volaba al aquelarre venía difundida desde arriba, desde la cultura
oficial, y se superponía a los imaginarios populares europeos, africanos,
americanos y mestizos por medio de los procesos criminales, fueran estos
inquisitoriales o seculares,
pero sobre todo desde los primeros. Esta tendencia a tratar de superponer la imagen de la brujería diabólica
–la bruja de la escoba- a los comportamientos de los esclavos; de achacarle
a los indios un supuesto pacto implícito o explícito con el Demonio en el
ejercicio de ciertas prácticas médicas, mágicas y religiosas, y de buscar
en la prácticas mediterráneas de la magia amorosa, de la adivinación en
todas sus modalidades, de la hechicería, el curanderismo y los ensalmos la
participación de las fuerzas del mal, no fue generalizada y fue más fuerte
hasta la segunda mitad del siglo XVII, momento a partir del cual empezó a
disminuír. Las imágenes de las hechiceras/os, yerbateras/os, herbolarios/as,
curanderos/as, sortílegos/as, nigromantes, zahoríes, brujas/os, mohanes y
mohanas de provenencia popular o tradicional tenían otros rasgos y otras
características.
Las
acusaciones de brujería fueron desapareciendo con el correr del tiempo y
comenzaron a privilegiarse las acusaciones de hechicería y de yerbatería,
para dar paso, finalmente, en el siglo XVIII, cuando ya la sociedad era un
hecho consumado, a una visión más acorde con las diferencias etnoculturales
propias de esa sociedad. Este proceso fue paralelo a un proceso de mestizaje
cultural, que produjo también una transformación y mezcla de las diversas
prácticas mágicas y de las tradiciones culturales en general, generando así
fenómenos propiamente americanos.
La
distinción más importante, desde el ámbito de la cultura, así como para
los jueces de la época, es la clara diferenciación entre hechicería y
brujería (brujería diabólica, brujería de procedencia europea o brujería
africana), pues se refiere a dos maneras distintas de actuar sobre el mundo,
que, a su vez, son consideradas por las autoridades como delitos con
connotaciones diferentes, con diverso grado de culpa y diferentes
implicaciones sociales.
Por brujería
se entenderá el sistema simbólico, que, al igual que en las otras prácticas
mágicas, hace las veces de aparato cognitivo, con funciones sociales
(solución y producción de conflictos) y culturales claras, propio de algunos
pueblos y sectores sociales conformadores del mundo novogranadino (cultura
popular mediterránea, pueblos africanos y cultura de élite europea, en el
caso de la brujería diabólica.
La brujería es generalmente de carácter negativo, suele ser individual,
sirve de explicación del mundo (daños, pérdidas materiales, muertes,
enfermedades, catástrofes naturales, etc.)
y puede actuar a distancia. Esto quiere decir que no necesita de un medio o
filtro (objeto, planta, amuleto, oración...) para canalizar la intención del
brujo o bruja, su intención es suficiente para lograr el fin propuesto, una
mirada puede bastar (i.e. mal de ojo). Además puede ser involuntaria, es
decir, se puede ser brujo o bruja sin que él o ella lo sepan,
se puede ”malojar” a alguien sin saberlo -sur de Italia,
América, España, tradición árabe-. La brujería no tiene claras funciones
religiosas o médicas, como sí las tiene el chamanismo; ni tampoco
intenciones de acción directa sobre el mundo físico con otros medios,
materiales –filtros, amuletos, yerbas...- o simbólicos –oraciones,
conjuros, ensalmos...-, como en el caso de la hechicería, la yerbatería o la
magia amorosa.
La hechicería
necesita de un vehículo, de un medio o filtro, para cumplir su fin, sea éste
material o simbólico –amuleto, planta, animal, objeto, oración, palabras,
imagen...-, y de un ritual o puesta en escena para realizarse. El ritual
–puesta en obra- acompaña siempre y es connecesario a toda práctica
mágica, siempre que ésta sea voluntaria.
La hechicería es individual, voluntaria, puede o no obrar a distancia y está
destinada a un fin particular. Puede ser de carácter positivo o negativo, de
acuerdo a la voluntad del hechicero o al deseo de la persona para quien se
realiza el hechizo: para bien o mal querer (magia amorosa o hechicería
amatoria), para sanar o enfermar, para tener buena fortuna o desfortuna, para
predecir el futuro (agorerismo y adivinación), para encontrar tesoros
(zahorismo), etc..
Cuando
se hace uso de un medio –filtro- para lograr el fin deseado –efecto-, los
jueces hablan de hechicería. Cuando Paula de Eguiluz, por ejemplo, hace uso
de huesos con el objeto de preparar un bebedizo para curar a su amo,
se la acusa de hechicería; pero en cuanto habla de juntas y de su relación
con el demonio compañero Mantelillos, entonces se la trata de bruja.
Generalmente, las acusaciones vienen combinadas para expresar los diversos
matices de las prácticas mágicas, reales o imaginarias, y a veces suelen
conformar verdaderas retahilas de cargos: bruja, hechicera y sortílega;
hechicero, brujo y grande curandero; sortílego supersticioso; mohán y
maestro en idolatrías, etc.. Cuando en un tribunal, pero sobre todo ante
la
Inquisición, se profiere la acusación de brujería contra alguien, se
refiere a la brujería diabólica. Detrás de cada acusación de brujería
diabólica está la supuesta debilidad de espíritu del brujo(a), que permite
la entrada del Demonio, la posesión o el pacto. Sólo seres débiles, mujeres
o pueblos o grupos subordinados, pueden caer recurrentemente en las garras de
Satanás. La hoguera tiene algo de paternalista, porque se emplea en la lucha
contra el Maligno con el fin de purificar y salvar las almas de los
condenados, inermes seres humanos que han caído en las redes del Mal. El
cristianismo se nutre del miedo.
La
brujería es un fenómeno propio de Africa y de Europa –en su versión
culta, brujería diabólica, o en la popular-. En el Nuevo Reino de Granada no
se puede hablar de brujería para las prácticas autóctonas. Por supuesto,
con la llegada de los esclavos africanos y sobre todo de los españoles, la
noción de brujería se introduce, aunque se resiste a su expansión y el
mestizaje cultural impide que se asiente totalmente como práctica
omnipresente. La hechicería de procedencia hispana básicamente, pero
también la africana en menor medida, se expandieron con mucho más éxito y
rapidez, gracias quizá, por un lado, a que los tres grupos culturales
contaban con prácticas en este sentido, es decir, prácticas que encerraban
una lógica interna similar a la de la hechicería: uso a voluntad de un medio
simbólico y/o material con un fin determinado y puesta en obra mediante un
ritual, aunque su denominación, función y carácter sean diferentes, como en
el caso del chamanismo entre los indios; pero también debido a que su
contenido satisfacía necesidades y temores que estaban muy estrechamente
ligados a la vida diaria, a la vida, al amor y a la muerte. De todas maneras,
la hechicería es algo palpable, material, visible, que dentro de un esquema
de lógica binaria, puede mostrar una mayor efectividad en el mundo físico,
al pretender la eficacia a través del medio que usa, del poder del filtro
y de las cualidades y características que éste tenga (usar piedra ara del
altar –que señala y determina la presencia de Dios en un lugar y hace al
espacio sagrado- o piedra imán –un material capaz de levantar un metal tan
denso como el hierro-.
Las
prácticas autóctonas vienen definidas y caracterizadas mejor por el chamanismo.
Es decir, en América las prácticas mágicas tienen generalmente, además de
las funciones sociales y culturales, que son propias de todos los lugares,
tienen, decía, funciones religiosas, de adivinación, y médicas -agresivas y
curativas-; políticas, sacerdotales y rituales; de control y manipulación de
fenómenos metereológicos;. Tiene, pues, funciones mágicas, sociales,
institucionales y rituales (en los ritos de paso, por ejemplo),
religioso-sacerdotales y de medicine-man, y, normalmente, la intención
de obrar sobre el medio físico con un medio físico (producto mineral,
vegetal, animal) y un ritual[26].
En algunas culturas está personificado por hombres y en otras por mujeres y
cada pueblo indígena tiene un término para designarlos.[27]
La adopción rápida de la hechicería por diversos sectores étnicos y
sociales de la sociedad, permitió el tránsito de una práctica hacia la
otra: con la disolución de algunas culturas indígenas y el mestizaje, el
chamanismo se transforma, segmentándose en varias prácticas ya
transculturadas[28]:
hechicería, yerbatería, curanderismo y medicina tradicional. Por lo demás,
por ser la hechicería un rasgo definitorio de la cultura popular española,
contribuyó a que en América arraigara fuertemente y a que fuera adoptada
rápidamente no sólo por los negros y mulatos, sino también por ciertos
sectores indios cristianizados y por sus descendientes los mestizos.
Tiene,
pues, funciones mágicas, sociales y rituales (en los ritos de paso, por
ejemplo), religioso-sacerdotales y de medicine-man.
La
yerbatería y la herbolaria, la utilización de plantas para un
fin determinado, puede ser usada en tres direcciones: con fines rituales, como
en el chamanismo, consumo ritual u otros usos culturales; con fines mágicos,
como en la hechicería, en la brujería, la adivinación, etc., o con fines
“efectivos”, curar o envenenar (yerbas para matar), como en la
hechicería, la medicina tradicional, el envenenamiento o el curanderismo, en
los que la yerbatería tiene un uso positivo (“efectivo”). El conocimiento
de yerbas y venenos se transmite por línea de parentesco (familiar, amistad o
compadrazgo) y pertenece a la tradición que se hereda, hace parte del
conocimiento social heredado y/o aprendido.
Para
los españoles la yerbatería –“maleficio de yerbas prohibidas“[29]-
entra en el ámbito de los maleficios, por no poseer ellos un conocimiento
extenso de la naturaleza (botánica), saber que sí existe entre los pueblos
amerindios. Los indios conocedores de plantas experimentan y prueban los
diversos efectos de las mismas. Para los blancos y los negros, los efectos de
las plantas son en cierto modo aún mágicos, y no porque no conozcan los
venenos, sino porque no entran en la esfera de “su” mundo, muchas plantas
venenosas autóctonas no dejan siquiera trazas en el organismo, como lo hacen
los venenos europeos conocidos en la época.
La
apreciación que tienen los blancos de los indios y de sus poderes materiales
para actuar sobre la vida y sobre la muerte, sobre la salud y sobre la
enfermedad, hace que rara vez se encuentre una acusación de hechicería o
brujería a secas, sin que conlleve adosada una acusación del tipo
yebatería, herbolaria, envenenamiento, mohanismo –chamanismo-, etc., que
linda más con cualidades físico-naturales del medio que se emplea para
dañar o para beneficiar, que con aptitudes de obrar por el “espíritu” y
a distancia, como es el caso de la brujería europea o africana o de la
hechichería. De igual forma, los negros acuden frecuentemente a la ayuda de
los indios para encontrar “medios” para realizar sus fines, para obtener
venenos, yerbas, remedios, etc.. A pesar de que a los ojos de los blancos, los
negros tienen más “aptitudes” de brujos.
El
curanderismo, como la hechicería, es voluntario y expresa la dualidad fines
lesivos- positivos. Los curanderos curan o enferman, dan éxito o lo quitan,
traen amor o desamor[30].
Había curanderos/as blancos, indios y negros, aunque su caracterización no
era exactamente la misma. Muchos de los curanderos blancos y negros tenían a
su vez fama de “hechiceros”, porque también realizaban ensalmos y
conjuros, daban filtros y yerbas de bienquerer y de buena fortuna. Muchos
negros aprendieron al lado de los indios el uso de plantas curativas y lesivas
y algunos llegaron hasta iniciarse un poco en las prácticas indígenas,
llegando hasta a “tomar tabaco”31]
para curar, en forma ritual, como lo hacían los indios. Los indios tenían
fama de “hechiceros” más por las formas rituales que acompañaban a sus
curas y por el conocimiento, real o supuesto, de las plantas del entorno,
sobre todo de las lesivas y psicotrópicas.
Con
el tiempo las tradiciones se mezclan y se puede diferenciar ya entre
curanderos según la tradición española, europeos, y curanderos de tipo
americano, hijos del mestizaje y con más elementos en su práctica de
medicina tradicional americana y empleo de elementos médico-botánicos, cosa
no tan característica de curanderismo español. Estos nuevos curanderos,
preferentemente blancos y mestizos, han incluído en su práctica la botánica
médica americana, pero su forma exterior se asemeja más a la tradición
española. La práctica se ha vaciado bastante de los rituales curativos
simbólicos, rituales que han sido reemplazados en gran parte por el lenguaje
como elemento fundamental de la relación curandero-paciente, tal como se hace
en la medicina occidental.
En
resumen, las prácticas mágicas hacen parte del bagaje de las culturas
conformadoras del Nuevo Mundo: americanas, española y africanas. Sin embargo,
el uso que se hace de estas prácticas y la forma cómo se hace varía de un
grupo a otro. Mientras para los españoles la hechicería y, particularmente,
la brujería constituye un mecanismo de explicación del mundo, pero sobre
todo de explicación de los "otros" y de la tríada
salud-muerte-enfermedad, materializada en lo que los "otros" les
hacen o lo que los españoles creen que aquéllos les hacen; para los indios y
un sector de los mestizos es una forma de actuar sobre el mundo más que de
explicarlo, y para los negros es ambas cosas: la
brujería se sitúa para ellos en el centro de la vida y hace las veces de
aparato cognitivo para la interpretación del mundo;
es un sistema simbólico, una máquina, por decirlo así, que funciona sin ser
cuestionada o preguntada, la interpretación no está presente en su
operación, pero su funcionamiento es efectivo y regula la vida de quienes se
inscriben en este sistema. Los españoles, a veces, también actúan sobre el
mundo, como en el caso de la hechicería amatoria, pero no lo hacen de forma
tan amplia y generalizada.
La
magia española está mediada por la palabra[32],
pertenece a un mundo que escribe y que precisa de la escritura como
confirmación de los hechos sociales (administración, gobierno, justicia,
hazañas, grandes acontecimientos...), un mundo de cronistas y escribanos. Por
ello sus prácticas y saberes mágicos están también determinados por el
lenguaje en ensalmos, curas, conjuros, pactos demoníacos, lectura de cartas
(cartomancia) y de las manos (quiromancia), etc.. La cultura española es una
cultura de signos y es mucho más fuerte semióticamente[33]
que las africanas o americanas, culturas orales, cuya fortaleza reside en la
esfera simbólica.
Los
hechiceros blancos suelen ser zahoríes, adivinadores o ensalmadores. Las
hechiceras suelen practicar la magia amorosa y la adivinación.
Los
mestizos suelen ser curanderos, zahoríes, adivinadores y rezadores de
gusanos. Esta última función también es encarnada por negros bozales,
negros criollos y mulatos -quizás sea de origen africano, de donde proceden
muchos pueblos pastores- y consiste en realizar rezos y rituales para hacer
que los gusanos salgan del cuerpo de las personas, pero sobre todo del ganado.
Los
negros y los mulatos son ante todo hechiceros, agoreros y brujos, pero en el
sentido amplio y englobador de la brujería africana, no de la forma
restringida que toma en Europa. En menor medida son yerbateros y curanderos.
Como ya se dijo los negros son la fuente de la magia para los blancos, y
muchas veces sólo pretenden tener tales conocimientos, cuando una blanca/o
desea su ayuda y cree en la realidad de sus poderes o para lograr ellos mismos
objetivos personales (ganar el favor de los amos, ganar dinero para comprar la
libertad, etc.), engañando a los blancos que contratan sus servicios y
dándoles cualquier embeleco para el fin propuesto.
Las
prácticas de los indios, en el campo de los saberes mágicos, se orientan
más en dirección al chamanismo y a la yerbatería[34],
en una fuerte mezcla con la medicina ritual y con un uso práctico de la
naturaleza, en sentido positivo y negativo, para curar o para dañar (matar).
De aquí proviene la imagen del poder real o presunto que blancos, mulatos y
negros tienen de los indios y de sus poderes; poderes no del todo falsos, pues
su conocimiento de la naturaleza, de venenos, remedios, etc. no es sólo
imaginario.
Quienes
poseen realmente estos saberes mágicos, los han adquirido tras un largo
aprendizaje (caso de los blancos); por herencia o aptitud y aprendizaje (caso
de los negros), o por herencia, iniciación y aprendizaje (caso de los
indios). Entre los blancos, por lo regular, las cualidades para ejercer estos
saberes –o para ser brujo/a- no se consideraban como una capacidad
hereditaria, como sí ocurría y ocurre entre muchos pueblos de Africa y de
América, donde bien la brujería o bien los atributos para ser chamán
podían y pueden ser heredados.
En
España, se hace uso de la palabra embuste para referirse a las hechicerías
por lo menos desde el siglo XVI y es bien diciente del pensar de un sector de
la sociedad peninsular, principalmente en los ámbitos letrados y de élite.
Este hecho, es decir, el hecho de que un sector de la sociedad trate estas
prácticas como embuste, las hace pertenecer, en realidad y concientemente, a
la cultura popular. Se podría decir entonces que había una cultura popular
definida explícitamente por la cultura de élite -de la que harían parte las
rimas, romanzas y romanceros; las prácticas mágicas y adivinatorias: la
cartomancia, nigromancia, quiromancia y todas las mancias, de todas las cuales
da buena cuenta la literatura picaresca del Siglo de Oro- y otra, diferente,
de un sector ilustrado de la sociedad.
Cuando
un juez pregunta por la eficacia de las prácticas, por su efecto, se produce
un cambio en la declaración de los reos, se empieza a hablar desde otra
racionalidad. Hombres como von Spee, Salazar y Frías, los miembros de la
Suprema y otros hombres letrados españoles sabían muy bien que mientras se
hablara en términos de maleficio, se era prisionero del sistema y por ello
propugnaban por otro tipo de interrogatorio y de comprobación en los procesos
(pruebas de la materialidad del delito). Aún para los mismos reos una cosa es
lo que se trata en el plano simbólico y lingüístico, las “recetas
hechiceriles” que se dan y lo que se espera simbólicamente de ello,
eficiencia que no se duda y ni siquiera se cuestiona, y otra bien distinta si
ya se habla de los efectos en los cuerpos, si se habla de eficacia corporal,
física y natural[35].
Lingüísticamente se dan estos saberes por sentado, se transmiten y se
practican, o no. Su práctica, la intención que conllevan, bastan para crear
efectos simbólicos, pero su capacidad de actuar en otros planos o esferas no
se piensa o se cuestiona; si se hace, se rompe como por encanto toda la
eficacia simbólica, porque este tipo de prácticas no resiste una
racionalización de tipo positivista, ya que se resuelven en una lógica
-mágica- que no se deja medir según estos parámetros. Mientras no se
racionalice y se pregunte por su efecto, la práctica rendirá resultados, al
moverse en un circuito diferente.
Todos,
pues, eran partícipes de una cultura mágica. Por ello, no debe extrañar la
permanencia hasta nuestros días en Colombia del curanderismo, la hechicería
y la brujería como alternativas médicas y de estos mecanismos como
explicación de la relación patología-enfermedad y síntoma-enfermedad. La
resistencia cultural y la presencia de estos elementos en las tres
culturas-base se encargaron de perpetuarlos.
Para algunos lineamentos teóricos respecto al simbolismo, la interpretación
y los imaginarios culturales, consúltese: E. Cassirer,
Esencia y efecto del concepto de símbolo, México, 1989, y Filosofía
de las formas simbólicas, 3 tomos, 1971; G. Durand,
La imaginación simbólica, Buenos Aires, 1971; M. Eliade, Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el simbolismo
mágico-religioso, Madrid, 1987; A. Restrepo,
Pensar la historia, Medellín, 1987; P. Ricoeur,
La metáfora viva, Madrid, 1980; D. Sperber, Le symbolisme en général, Paris, 1974; G. Steiner,
Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción, México,
1980; T. Todorov, La conquista de América. La cuestión del otro,
México, 1987, Simbolismo e interpretación, Caracas, 1992, y Teorías
del símbolo, Caracas, 1981; G. Levi,
Sobre Microhistoria, in: P. Burke
(Ed.), Formas de hacer Historia, Madrid, 1993, p.133.
C. Geertz, The
Interpretation of Cultures, New York, 1973; y Local Knowlwdge.
Further Essays in Interpretive Anthropology. (1. ed. 1983, N.Y.),
London, 1993.
D. Sperber, Le symbolisme
en général, Paris, 1974, p.11.
G. Levi, Sobre Microhistoria,
in: P. Burke (Ed.), Formas
de hacer Historia, Madrid, 1993, p.133.
Se recurre al término ”lenguaje” en aras de la claridad, por ser este
sistema el más evidente y conocido, pero en ningún momento se refiere y
circunscribe a un ámbito lingüístico, semiológico o semiótico. Lejos
se está de pretender un carácter semiologista y privilegiar al signo,
reduciendo el símbolo al signo, como ha sido la tendencia en el
pensamiento occidental a partir de Ockham y Descartes, y más
particularmente como lo hacen ciertas corrientes estructuralistas, lingüísticas
o psicoanalíticas, especialmente la freudiana. Para esto último confróntese
G. Durand, La imaginación
simbólica, Buenos Aires, 1971; y D. Sperber,
Le symbolisme en général, Paris, 1974. Para el vaciamiento
del contenido del símbolo en el siglo XX, v. J.-J.
Goux, El símbolo insensato,
in: AA.VV. Psicoanálisis y semiótica, Barcelona, 1980, pp.
174-182.
Véase de G. Durand, Las
estructuras antropológicas de lo imaginario. Introducción a la
arquetipología general, Madrid, 1981, y La imaginación simbólica,
Buenos Aires, 1971; de Gilles
Deleuze, ¿En qué se reconoce el estructuralismo?, in: F. Châtelet
(ed.), Historia de la filosofía. Ideas, doctrinas, tomo IV,
Madrid, pp.567-599.
“La creencia en brujas es una especie de mitificación de los grupos
socialmente marginados.” G. Henningensen, El abogado de las brujas.
Brujería vasca e Inquisición española, Madrid, 1983, p. 349..
Para una definición de cultura popular en la Europa de la Edad Moderna y
su diferenciación de la cultura de las élites (great culture), P.
Burke, Popular Cutlure in
Early Modern Europe, London, 1978. Además, A. Gramsci,
Observaciones sobre el folklore. In: Antología, México,
1986, pp.488-491.
V. el Cap. I: Aculturar para dominar: transculturación, de D. Ceballos
Gómez, Hechicería, brujería e Inquisición en el Nuevo Reino
de Granada. Un duelo de imaginarios, Bogotá-Medellín, 1994, (2a. ed.
1996), pp.15-25.
Para el funcionamiento interno de la sociedad, el engranaje del control y
de la autorregulación social y el mecanismo de la acusación, véase: Diana
L. Ceballos Gómez, Gobernar las Indias. Por una historia social de
la normalización, in: Historia y Sociedad, 5, Facultad de Ciencias
Humanas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 1998, pp.
149-195, y Zauberei und Hexerei. Eine
Untersuchung magischer Praxen im Neuen Königreich Granada,
Frankfurt am Main, 2000.
Para una tipificación del intermediario cultural, confróntese M. Vovelle,
Idéologies et mentalités. Édition revue et augmentée, Paris,
1982 (III. Le populaire en question: 2. Les intermédiaires culturels,
pp.171-184).
Como Manuel de Aguilar, curandero mestizo. Vid. Archivo
Histórico de Antioquia, B 79-15, 1768-1769, 36f.; una presentación
del caso en: D. Ceballos Gómez, Hechicería, brujería e Inquisición en
el Nuevo Reino de Granada. Un duelo de imaginarios, Bogotá-Medellín,
1994, (2a. ed. 1996), pp.185-197.
O como el mulato Diego López, quien fue esclavo en el hospital de
Cartagena de Indias, lugar donde aprendió el oficio, y luego consiguió
la libertad, Archivo Histórico
Nacional de España, Leg. 1620, N° 7.
La antropología y la historia anglosajonas han contribuido en forma no
despreciable a la propagación de esta indiferenciación con su dualidad
lingüística entre witchcraft / sorcery.
Ya materializada en la Biblia, véase por ejemplo: Exodo 22, 17-19; Levítico
19, 26; 19, 31; 20, 6; 20,27; Deuteronomio 18, 9-15; 2 Reyes 1, 3 ss.; 1
Samuel 28, 3-13.
Juana de Hortensio, por ejemplo, declaró, después de hablar de juntas y
brujerías, haber asesinado a su amo Juan Hortensio con unos polvos
colorados que su diablo Ñagá le había dado, porque no le quería dar la
libertad, dándoselos dos veces en el caldo, de lo cual murió. Archivo
Histórico Nacional de España, Inquisición, Libro 1020, f.337v..
Véase E. E. Evans-Pritchard,
Hexerei, Orakel und Magie bei den Zande, 1a. ed., Frankfurt am M.,
1978.
En los sectores populares, a los niños aún hoy día se les protege al
nacer con una pulsera contra el mal de ojo.
V. E. E. Evans-Pritchard, Hexerei,
Orakel und Magie ...
V. Ph. Ariès,
La muerte en Occidente, Barcelona, 1982.
V. Ph. Ariès,
La muerte en Occidente, Barcelona, 1982, y M. Vovelle,
L’heure du grand passage. Chronique de la mort, Paris,
1993. Véase también J. Wirth, La jeune fille et la mort. Recherches sur les thèmes
macabres dans l’art germanique de la Renaissance, Genève, 1979.
“… declara que auiendose descubierto la dha Vernarda Albares y esta
por brujas: rreprehendio a esta la sussodha = y dixo que Porque quando fue
presa por esta ynquisiçion declaro que era bruja que bastaua deçir que
era yervaçera y vsaua de algunos hechiços y conjuros y no deçir luego
que era bruja....” f.49, AHNE, Inq., Leg. 1620, N° 10.
Y por supuesto al primero que hay que citar es al clásico, modelo y punto
de partida de la mayoría de los estudios sobre el tema: E. E. Evans-Pritchard,
Hexerei, Orakel und Magie bei den Zande, Frankfurt, 1978.
Vid. E. E. Evans-Pritchard, Hexerei,
Orakel ...
Cf. T. Hauschild, Der böse
Blick: ideengeschichtliche und sozialpsychologische Untersuchungen,
2a. ed. ampliada, Berlin, 1982.
Para el ritual Cf. V. Turner, The
Drums of Affliction. A Study of Religious Processes among the Ndembu of
Zambia, Oxford, 1968, y The forest of Symbols. Aspects of Ndembu
Ritual, Ithaca-New York, 1967.
“…quando trajo los huesos …para haçer vna hechiçeria la qual dixo
hauer hecho y como la hiço y que surtio efecto...”, f.101, AHNE, Inq.,
Leg. 1620, N° 10.
Por transculturación se entenderán las diferentes fases del
proceso de transición de una(s) cultura(s) a otra(s), cuando en períodos
de colonización o de dominio se trata de imponer una cultura a pueblos
sometidos o a minorías, fases que van desde la deculturación o pérdida
de una cultura o rasgos culturales antecedentes, hasta la neoculturación
o creación de nuevos fenómenos culturales, proceso en el que se
transforma tanto aquél que está sometido como el que pretende imponer su
cultura, debido a que se establece un proceso de intercambio biunívoco de
bienes culturales, que es imposible evitar. Del encuentro de africanos,
españoles y americanos en el Nuevo Mundo y del consiguiente duelo de
culturas salieron todos transformados. Véase: F. Ortiz,
Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Barcelona, 1973, y D. Ceballos
Gómez, Hechicería, brujería e Inquisición en el Nuevo Reino
de Granada. Un duelo de imaginarios, Bogotá-Medellín, 1994, (2a. ed.
1996), pp.15-25: Aculturar para dominar: transculturación.
f. 8, AGC, Miscelánea – Criminales, 1732, t. 73, No. 133.
Gutiérrez de Pineda, Medicina
tradicional de Colombia. El triple legado, Vol. I., Bogotá, 1985.
Este uso del tabaco es ritual y se relaciona en la época con la magia y
el curanderismo. Paula de Eguiluz es un ejemplo de esta adopción de prácticas,
véase f.211, AHNE, Inquisición, Leg. 1620, N°10.
Para hechicería en España, J. Blázquez
Miguel,
Eros y Tánatos. Brujería, hechicería y superstición en España,
Toledo, 1989.
Véase T. Todorov, La
conquista de América. La cuestión del otro, México, 1987.
Quizás porque la religión y la mitología suplen y satisfacen
necesidades cognitivas y sociales que las otras culturas llenan con los
saberes mágicos. En 1577, por Real Cédula del 22.4.1577 se veda la
publicación de la Historia de las cosas de Nueva España de fray
Bernardino de Sahagún, escrita en lengua mejicana, y ordena no consentir
que se escriban cosas que toquen a supersticiones y a la manera de vivir
de los indios en ninguna lengua (p.13, F. Rodríguez
Marín, Ensalmos y conjuros en España y América. Conferencia leída
en la Unión Iberoamerica el día 17 de julio de 1927; in: Revista de
Archivos, Bibliotecas y Museos, Madrid, 1927). Con ello se pretendía
evitar que esas creencias se difundieran y se popularizaran entre una
población ya tan panteísta y tendiente a creer en todo lo que pasaba por
sus narices. Tendencia que dio como resultado el que el catolicismo que se
practica en la América hispana y portuguesa actual, incluídos los más
de 50 millones de hispanoparlantes que habitan en Estados Unidos, sea muy
ecléctico -lleno de elementos sincréticos, provenientes de otras
culturas y de otras épocas- y con variaciones regionales grandes. Ello ha
dado pie para que en Estados Unidos se desarrolle el concepto de latino
religion, para definir la religión de los emigrantes de los países
de Hispanoamérica y sus descendientes por contraposición a los demás
católicos de otras minorías –italianos, irlandeses, etc.-. Cónsultese:
A. Stevens-Arroyo and
A. M. Díaz-Stevens (Ed.), An Enduring Flame. Studies in Latino
Popular Religiosity, New York, 1994; A. Stevens-Arroyo
and A. I. Pérez y Mena
(ed.), Enigmatic Powers: Syncretism with African and Indigenous
Peoples‘ Religions Among Latinos, New York, 1995, y A. Stevens-Arroyo
and S. Pantoja (ed.), Discovering
Latino Religion: A Comprehensive Social Science Bibliography, New
York, 1995.
Cuando a Paula el inquisidor le pregunta por el efecto de un hechizo, ella
responde: “…el qual remedio le enseño a esta Isauel Dias mulata
…mas esta no saue el efecto que caussa porque no a usado del en su
bida...” f.133, AHNE, Inquisición, Leg. 1620, N° 10.
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