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  XI Congreso de Historia de Colombia      
  

XI Congreso de Historia de Colombia

PONENCIAS (texto completo)

Mitras, sotanas y fieles en la guerra civil colombiana de 1876 - 1877
Luis Javier Ortiz Mesa

Introducción.

Durante el siglo XIX, la Iglesia Católica en Europa y América Latina defendió con pasión  sus fueros ante el auge del pensamiento liberal que abogaba por una secularización de la sociedad. Por ello, acometió con ímpetu nuevas cruzadas para extender su imperio y recristianizar a las viejas sociedades coloniales y a  las nuevas repúblicas. Para difundir su doctrina y defender sus tradicionales prerrogativas, la iglesia católica latinoamericana ingresó en un proceso de europeización y romanización, fundado en actitudes ultramontanas e intransigentes. Se dio por entonces una fuerte tendencia a la centralización romana de los asuntos eclesiásticos en el mundo, como respuesta a la pérdida creciente de poder político del Papa, por el despojo de los Estados Pontificios y por su posición bastante debilitada ante el auge del  liberalismo en Europa (González, 1997). La Iglesia se trasladó de España y Portugal a Roma en el siglo XIX,  de la religión ibérica a la universal (Lynch, 1991). Para ello, sus instrumentos principales fueron los Nuncios Pontificios y los jesuitas (González, 1997, Cortés, 1998, Hobsbawm, 1989, p.270).

La iglesia  universal y específicamente la latinoamericana, para responder a las nuevas condiciones de la época, trabajó en dos frentes: la reorganización de  su estructura eclesiástica y la renovación de su misión religiosa. Reorganizó territorialmente sus Diócesis; buscó soluciones a las tensas relaciones Iglesia – Estado; creó seminarios, monasterios y conventos que formaran de manera más calificada al clero; trabajó en el mejoramiento de la predicación y la instrucción; fundó periódicos y publicaciones católicas ante “la libertad inmoderada de la prensa liberal”; introdujo y compartió con comunidades religiosas la educación, la beneficencia, las misiones y la asistencia pública; difundió las Asociaciones y Sociedades católicas y rechazó sistemáticamente el ingreso de inmigrantes, quienes fueron señalados como corruptores de las costumbres y sembradores de la subversión y de la masonería, ya que “aquello  que es bueno para la producción es ruina para la religión” (Lynch, 1991; Escudero Imbert, 1992). Y aunque toda la iglesia colombiana se puso en acción, quien mejor hizo su trabajo y se constituyó en un verdadero modelo de reforma fue la iglesia antioqueña, a tal punto que podemos  afirmar que  se adelantó en dos décadas a la Regeneración política y religiosa en su región de influencia.

Durante el siglo XIX, la Iglesia colombiana fue factor decisivo en la construcción de la nación, pero también fue elemento clave de polarización entre sus gentes. Por ello, el problema religioso se constituyó en el eje de diferenciación y de contienda partidista entre el liberalismo y el conservatismo. Aún más, éste último se asoció a la Iglesia católica y gracias a ello gobernó el país por más tiempo que su opositor y tuvo  una mayor presencia social en la predominantemente sociedad rural colombiana de la época.

Entre 1819 y 1887 se sucedieron en el territorio colombiano 7 guerras civiles. En este mismo lapso de tiempo  las relaciones Iglesia –Estado  fueron difíciles. El naciente Estado, necesitado de afirmar su propio dominio sobre la población, entró desde un comienzo en conflicto con la Iglesia pues esta poseía bienes, algunas rentas, y sobre todo, respeto, influencia y prestigio social entre la población. Los principales enfrentamientos se dieron entonces  en torno a la vigencia del patronato, los diezmos, los censos, la desamortización de  bienes eclesiásticos, la tuición de cultos, la expulsión de los jesuitas, supresión de órdenes religiosas, la prohibición al clero para ocupar cargos públicos, la separación Iglesia- Estado, la libertad de cultos, la educación laica, el exceso de los días festivos, la definición del estado civil de las personas y la responsabilidad sobre los cementerios. Uno de los motivos de mas álgida contienda fue el relativo al control de la educación, a tal punto que se constituyó en razón central para  la guerra de 1876-1877 (Restrepo, 1987; Villegas, 1977; Arango, 1993). Para 1872, Colombia contaba con 1.319 escuelas elementales, de las cuales 280 estaban en Antioquia, la segunda en su número después de Santander (304), sólo que aquella tenía 16.987 alumnos, casi una cuarta parte del total nacional.

El liberalismo se empeñó en afirmar las libertades de sus ciudadanos y trabajó arduamente para opacar a la iglesia y así quebrar su peso social y su poder político, por lo que buscó confinarla al ámbito privado, argumentando su incidencia negativa en la modernización de la sociedad. Por su parte, la Iglesia había percibido desde el siglo XVIII que, con la Ilustración y las doctrinas de la revolución francesa, su tradicional papel en la sociedad había sido puesto en cuestión. No es entonces aventurado afirmar que los factores de polarización religiosa  tuvieron en las guerras civiles, quizás la más significativa de sus expresiones. En nuestras pesquisas e indagaciones documentales hemos encontrado que los miembros de la institución eclesiástica en Antioquia tuvieron posiciones más unificadas alrededor de sus Obispos que las  que se vivieron en la guerra de 1860, ya que en la región, la Iglesia cumplió un papel civilizador y de alta cohesión social (Arango, 1993; Londoño, 1999). Sin embargo se dio lugar a diversas percepciones, posturas, conductas, actitudes y comportamientos en relación con los conflictos que acompañaron su militancia católica. Precisamente este texto se propone  auscultar y encontrar los diferentes  modos  y diversas  formas en que  Obispos y sacerdotes, asumieron la guerra de 1876-1877 y actuaron en la conocida “Guerra de las escuelas” o “Guerra de los Curas”, en la región antioqueña. También nos acercaremos a las percepciones  que de ellos tuvieron  sus propios fieles.

I.  De la fe defendida a la guerra incendiada, 1876-1877.

La guerra fue consustancial al diario vivir de los colombianos en el siglo XIX (Jaramillo, 1996). Diferentes  autores han tratado de explicar las motivaciones que llevaron a las gentes de entonces a resolver buena parte de sus diferencias a través del enfrentamiento armado (Tirado, 1976; Sánchez, 1991; Palacios, 1995; González, 1997). Memorias  de viajeros y de nacionales nos hablan de una temprana  polarización partidista, la cual estuvo, y al parecer sigue estando,  anclada  a una representación mental en la cual  el opositor y el diferente son traducidos  como enemigos, lo que dio como resultado una sociedad de permanentes “guerras constitucionales” (Sánchez, 1991; González, 1997). Pero también debieron incidir en grados diversos, la existencia de un bipartidismo cerrado; una Iglesia única y favorecedora del partido conservador; una sociedad con predominio de mestizos en búsqueda de ascenso continuo y con tradiciones de desinstitucionalización excesivas; un país regionalizado y muy dependiente de la vida local, con bajos niveles de inmigración, casi ninguna guerra internacional y débiles ciclos económicos (Ocampo,1984; Medina, 1992; Deas,1993; Deas y Gaitán, 1995; Palacios,1995; Posada,1997; Vega Cantor, 1999). Estos y otros aspectos muy posiblemente nos indiquen los cimientos de una cultura que marcaron huellas profundas y que han llevado a los hombres y a las mujeres colombianos a mirarse demasiado a sí mismos sin sentido de la comparación; a polarizarse con facilidad, dadas las tradicionales pasiones partidistas; y a crear modos,  mecanismos y estilos permanentes de confrontación, donde surgen abruptamente a la superficie los temas económicos, las diferencias políticas, las elecciones  y la guerra (Medina, 1992; Vega Cantor, 1999). Precisamente bajo los regímenes federal y regenerador se repite de manera reiterativa el ciclo guerrero: de la fiebre electoral bienal  se pasa a la tormenta bélica y de allí a la política parlamentaria, como un epílogo de la guerra (Posada Carbó, 1997).

La guerra que nos ocupa, la de 1876-1877, fue tejida  a lo largo de los años que corren entre 1870 y 1876, debido a la polarización creciente entre la aplicación de políticas liberales para la sociedad colombiana de entonces y las tensas relaciones entre el Estado y la Iglesia católica, particularmente con respecto a la educación laica, y, la reacción de gentes conservadoras y católicas, algunos Obispos y buena parte del clero, ante aquellas políticas y nuevos modelos de sociedad.

La guerra  tuvo sus cultivadores más laboriosos en las regiones del Cauca y Antioquia, a cuyo mando estuvieron sus Obispos. Buena parte de los miembros de la Iglesia no aceptó las reformas liberales y menos aún la relativa a la educación laica, neutral y obligatoria. Ello ponía en cuestión el papel decisorio de la iglesia y su continuidad en la formación de las conciencias de los colombianos. En los años 70, la agudización del conflicto detonó ante la exclusión de  la cátedra  de  religión católica como asignatura obligatoria de las escuelas públicas de la educación primaria. Los Obispos de Antioquia, Medellín, Pasto y Popayán se opusieron con pasión a los acuerdos en torno a la enseñanza de la religión convenidas entre  el Gobierno radical y el máximo jerarca de la Iglesia Colombiana el Arzobispo de Bogotá, Monseñor Vicente Arbeláez. Monseñor Manuel Canuto Restrepo, como  Obispo de Pasto desde 1872, produjo apasionadas pastorales, circulares y homilías contra el decreto de instrucción pública expedido el 1 de noviembre de 1870 por el gobierno radical de Eustorgio Salgar; ordenó decididamente a sus fieles desobedecer el decreto, incluso, si fuese necesario con la rebelión, y a sus sacerdotes los llamó a intervenir activamente en política haciendo oposición clara  desde  la  “cátedra sagrada, en los sacramentos, en la vida pública, en la prensa y en las elecciones” (Rincón, 1940). Restrepo se constituyó en el ideólogo más connotado de la Iglesia por sus ataques al liberalismo y específicamente a la educación laica, en coherencia con las líneas trazadas por los Pontificados de Gregorio XVI y de Pío IX, a través de las Encíclicas Mirari Vos (1832), Quanta cura (1864) y del Syllabus (1864). Por su parte, El Obispo de Popayán, Carlos Bermúdez, y los Obispos de Medellín y Antioquia, José Ignacio Montoya y Joaquín Guillermo González, siguieron los lineamientos propuestos por Restrepo, aunque la fuerza y agresividad de González también debe ser destacada.

Liberales y conservadores filaron sus alfiles para imponer su posición al contrincante. En el país y en la región antioqueña las vertientes nuñista y parrista del liberalismo, los conservadores y los eclesiásticos prepararon los ánimos y encendieron las pasiones. Prensa, asociaciones  y sociedades se convirtieron en centros de discusión política y religiosa y de  búsqueda de preparativos para afrontar el conflicto que se avecinaba. Hubo prensa de ambos bandos en casi todas la ciudades importantes del país. Pero tal vez fue el periódico “La Sociedad” de Medellín, cuyo principal escritor era el Sr. Mariano Ospina Rodríguez, editado en la imprenta de la Diócesis, el que, ad portas de la guerra, se refirió con mayor precisión a lo que ocurría y a la prensa más representativa de los dos bandos: “Actualmente no se debate en Colombia ninguna cuestión importante propiamente política, que pueda producir bandos opuestos. La cuestión que agita los ánimos y mantiene el antagonismo es la cuestión puramente religiosa: quién debe imperar en la República, el catolicismo o el liberalismo racionalista? Esto es lo que nos divide, es sobre esto que disputamos. Para reconocer y definir los bandos, para saber cuáles son sus principios y sus aspiraciones, basta leer un número cualquiera del Diario de Cundinamarca y otro de El Tradicionista”(No. 210, Medellín, 22 de julio de 1876).

La prensa fue reforzada por las femeninas Asociaciones del Sagrado Corazón, las masculinas Sociedades Católicas, las Sociedades Democráticas y por múltiples formas de sociabilidad (Arango, 1993, 1995, 1996; Londoño, 1997, 1999). Las primeras se dedicaron a ejercer la caridad con los pobres, ampliar la enseñanza católica, y fundar obras pías, colegios y hospitales. Por su parte, los liberales recompusieron sus Sociedades Democráticas en las distintas regiones, convirtiéndolas en instrumentos de movilización política, espacios de representación política y formadores de milicias (Valencia, 1988).

En Antioquia, los precedentes de la guerra estaban asociados a los destierros sufridos por sacerdotes y feligreses en las guerras de 1851 y de 1860 y a las leyes liberales de tuición y desamortización, con lo que la Iglesia regional de dividió profundamente. Los sacerdotes que no se sometieron a estas leyes debieron esconderse en selvas, montes, casas y fincas de familiares y amigos. El Obispo Riaño fue desterrado a Iscuandé por el Presidente Mosquera, y murió en el destierro el 21 de julio de 1866. Riaño fue sustituido por el Obispo marinillo Valerio Antonio Jiménez el 28 de junio de 1868.

Los años corridos entre 1864 y 1873, bajo el gobierno conservador  de Pedro Justo Berrío, fueron de paz y desarrollo económico para la sociedad antioqueña (Brew, 1977); una Iglesia más unificada y presente en la vida privada y pública que dio lugar a “una república de curas” (Londoño, 1999); una creciente cobertura educativa en primaria, e innovaciones en la secundaria, normalista, técnica y superior Ortiz y Villegas, 1988; Villegas, 1991), una economía dinámica asociada a un rápido crecimiento demográfico; procesos de activa colonización, incremento de la ganadería y la agricultura, estable producción de oro e importante desarrollo comercial interno y externo (Parsons, 1979; Brew, 1977; Ortiz, 1985; Jaramillo, 1989; Villegas, 1996). 

La Diócesis de Medellín y Antioquia tuvo una existencia fugaz, entre 1868 y 1873, cuando las dos nuevas Diócesis iniciaron vida propia. La organización de la de Medellín, continuó el proceso de consolidación de la Iglesia en la región, exigió ordenar más sacerdotes; fundar el Seminario; construir catedral, Seminario y Palacio Episcopal; y abrir un periódico para la Diócesis, El Repertorio Eclesiástico (febrero 1 de 1873). Las formas de cohesión social fueron múltiples. Sociedades religiosas y civiles jugaron un papel decisivo en el fortalecimiento de la institución eclesiástica de acuerdo con los patrones latinoamericanos desde 1870 (Lynch, 91). Entre ellas se destacaron las misiones, las visitas pastorales, la fundación de centros educativos privados, las asociaciones ya mencionadas en casi todas las poblaciones adscritas, las peregrinaciones, las cuales fueron expresiones públicas de religiosidad y piedad popular y fortalecían lazos comunitarios regionales, nacionales y con la Iglesia Universal. Estas y otras formas más íntimas y normativas de cohesión social religiosa se constituyeron en bastiones para el mejoramiento de las costumbres, la depuración del culto católico, el control del clero y de los pobladores y la corrección de las desviaciones de las gentes. Las asociaciones católicas jugaron un importante papel en la incubación de la guerra civil, pues se constituyeron en “un verdadero ejército con los ánimos preparados para la guerra de 1876” (Arango, 1993). Los Obispos de Medellín y Antioquia, llamaron ardientemente a sus fieles a defender la religión católica “fundamento de la propiedad y de la vida del hogar”. Como se verá, la actividad de obispos y sacerdotes en la región con respecto a la guerra fue tan dinámica, como la realizada por las asociaciones femeninas y los soldados católicos que defendieron los principios de la Iglesia en los campos de batalla.

 

II.  Tres Obispos en “cruzada” y una guerra detonada.

En el Primer Concilio Provincial neogranadino (1869-1870), la jerarquía eclesiástica volvió a ser reafirmada como de derecho divino, para regir y gobernar la Iglesia, tal como había señalado el Concilio de Trento. Los Obispos, como superiores a los sacerdotes en todo, reciben, cooperación y sumisión. Es su deber conservar íntegro y puro el depósito de la fé y de la tradición para que su grey no se corrompa con errores y falsas opiniones, predicar la palabra, ser jueces en sus jurisdicciones, amonestar, corregir y castigar a los transgresores de la justicia, y cuidar paternalmente a los pobres.

Sin embargo y a pesar de la claridad de los textos conciliares, en la década de 1870 se produjo un cisma en la Iglesia Católica colombiana originado en la actitud conciliadora del Arzobispo Vicente Arbeláez con respecto a la reforma educativa (González, 1997). Esta fue inadmisible para los Obispos de Popayán, Antioquia y Medellín. Arbeláez aprobó la  no participación directa del clero en política, y aceptó que la enseñanza de la religión católica en escuelas oficiales se diera sólo por solicitud de los padres de familia. El Obispo Restrepo le apostó a todo lo contrario. El cisma se produjo durante la década y tuvo sus principales expresiones en el Concilio Provincial de 1873-1874; y en debates en periódicos civiles y eclesiásticos; fundaciones de escuelas de ambos bandos; pastorales, circulares y proclamas de los Obispos, diversas expresiones orales y escritas de sacerdotes y fieles, posiciones de asociaciones y sociedades; reuniones, púlpitos y confesionarios. Todo ello culminó en la guerra. Hay que decirlo, la guerra fue ante todo, de origen religioso; fue una lucha entre poderes y soberanías. La Iglesia consideró que el Estado no tenía derecho e educar ni ella debía someterse a “gobiernos liberales, secularizantes y librepensadores”. Airados los Obispos de Antioquia y Cauca, impugnaron la reforma educativa de 1870, se opusieron a la exclusión de la religión de las escuelas normales dirigidas por pedagogos alemanes y protestantes, e incendiaron la guerra. Antioquia y Cauca fueron a una lucha religiosa y en defensa de las prerrogativas regionales para justificar su opción bélica (Palacios, 1995).

Las cartas pastorales son una bitácora a seguir durante la guerra. El Obispo de Pasto,  Manuel Canuto Restrepo, es claro y oportuno en  sus pastorales, su posición es coherente con la del Papa Pío IX y por ende con la tradición de la Iglesia Católica, y ejerce una gran influencia en muchos Obispos, clérigos y fieles. El hecho de ser Obispo de  Pasto le imprime un carácter especial fundado en  sus tradiciones políticas realistas, en  los estilos de vida de sus gentes, su cercanía al Obispado de Quito, del cual dependió por tantos años, y como para continuar la tradición, el Obispo Restrepo precedió al  Obispo y ahora Santo, Ezequiel Moreno quien participó en la guerra civil de los Mil Días de manera tan ardiente y directa  como su hermano en el Obispado.

Pero, qué pensaron, hicieron y dijeron estos Obispos guerreros? José Ignacio Montoya Palacio (1816-1884) de Medellín, Joaquín Guillermo González (1823-1888) de Antioquia,  y Manuel Canuto Restrepo y Villegas (1825-1891)?

Se trata de tres antioqueños, nacidos en Abejorral, Medellín y Marinilla respectivamente, poblaciones de una región católica, como la mayoría de las de la República, que fue adquiriendo importancia económica, social y religiosa durante la primera mitad del siglo XIX,  y tendrá, con su acendrado conservatismo,  presencia decisiva  y peso nacional  en la segunda mitad del ese siglo. Nacidos en 1816, 1823 y 1825, entre los años de la reconquista y los inicios de la república, se formaron en escuelas o colegios locales, de buen nivel académico;  más tarde Montoya y González cursaron estudios eclesiásticos en el viejo y colonial Colegio Seminario de Santa Fe de Antioquia, rehabilitado por Monseñor Gómez Plata en los años 30. Manuel Canuto, el más joven de ellos, viajó a Bogotá a  estudiar en el Colegio Seminario de San Bartolomé. Muy tempranamente Restrepo inicia relaciones  y sostiene correspondencia con sacerdotes, obispos y fieles de distintas partes del país. Fueron ordenados sacerdotes  cuando tenían entre los 23 y los 26 años y cuando todavía las relaciones entre la Iglesia y El Estado colombiano se mantenían relativamente estables a pesar de las medidas que desde 1819 se venían tomando para socavar el Patronato y someter a la Iglesia a la tutela estatal o al menos separarla de aquel.  Nuestros jóvenes sacerdotes participaron activamente en la guerra de 1851 contra las medidas liberales que afectaban a la Iglesia y al conservatismo, cuando contaban con 26, 28 y 35 años respectivamente. Sus banderas fueron “Dios y federación”. Restrepo fue Teniente Segundo en la Columna restauradora de Occidente y Montoya fue indultado después de ser enviado a la Aldea Soledad y de ser expulsado de Antioquia por tres años.

Donde están estos sacerdotes entre los años 1850 y 1860? González fue cura en los pueblos conservadores de San Vicente, El Santuario y Santa Rosa de Osos, y en los liberales de  Rionegro (1851 y 1854) y Barbosa. También fue representante de la legislatura de Antioquia entre 1853 y 1855; en la guerra de 1860 desempeñó el oficio de capellán del ejército conservador comandado por Julio Arboleda en el Cauca. A Restrepo, lo encontramos ejerciendo su curato en Abejorral, Aguadas, Sonsón y Salamina, en el Departamento del Sur, la subregión antioqueña que más impulsó la guerra civil de 1876. También en cortos períodos fue representante en las legislaturas de Antioquia y en Congresos granadinos. Y a  Montoya lo vemos haciendo parte de la legislatura  provincial de Medellín y de la Cámara de representantes, donde fue compañero de Salvador Camacho Roldán, en los años 1853 y 1854. También fue cura propio de Fredonia y de Itagüí (1857-1870). En esta última parroquia vivió la guerra de 1860, en la cual él y otros sacerdotes debieron cerrar iglesias, alejarse de sus parroquias y  llevar una vida errante. Se mantuvo firme en la defensa de la Iglesia, sin someterse a los decretos de tuición y desamortización acompañado de clérigos  del Centro, el Oriente y el Norte de la región.

Entre los años 1863 y 1876, la Iglesia fue golpeada en su poder económico, con la desamortización de bienes de manos muertas y fue desplazada de la educación, aunque en Antioquia pocos efectos tuvieron tales medidas. Ella reaccionó reformando su estructura administrativa, extendiendo su doctrina, y asumiendo una lucha frontal contra el liberalismo y su expresión colombiana, el radicalismo. El resultado de todo esto fue su fortalecimiento, y si bien, la guerra se definió a favor del gobierno liberal, no obstante, se trató de un triunfo pírrico, ya que los conservadores asociados al independientismo liberal y a la Iglesia, dieron al traste con el modelo federal.  Pusieron al país en contravía de los demás países latinoamericanos, al tomar el camino de la Regeneración, cuando aquellos transitaban hacia  modelos liberales (Lynch, 1991).

Volvamos con nuestros futuros Obispos. Restrepo viajó, se relacionó y terminó siendo Obispo de Pasto a los 47 años. Acompañó, como teólogo, al Obispo de Antioquia Valerio Antonio Jiménez en el concilio provincial neogranadino de 1869. Éste lo nombró luego su Procurador para concurrir a las sesiones del Concilio Ecuménico Vaticano I, convocado por Pío IX. Estando en Roma fue preconizado Obispo de Pasto, el 25 de marzo de 1870 pero sólo tomó posesión  el 5 de marzo de 1872. De acuerdo con las reformas de la Iglesia y la necesidad de apoyarse en comunidades para la educación católica, Restrepo organizó el Seminario y lo puso bajo la administración de la Comunidad de los

Lazaristas; trajo a los Hermanos Cristianos de Quito a Pasto en 1874 y estableció la Escuela Cristiana; importó de París a Pasto la primera Imprenta que tuvo la Diócesis, la cual fue bastante utilizada durante la guerra; también  se ocupó del fomento de las misiones del Putumayo.

El  clérigo Montoya dejó la parroquia de Itagüí y pasó a ocupar los cargos de Rector del Seminario de Medellín, desde comienzos de 1871, Deán del capítulo catedral, Procurador y Vicario General en la época del Obispo José Joaquín Isaza; Vicario capitular en 1876, por dimisión del Obispo Jiménez, y Obispo de la Diócesis el 23 de julio de ese año, cuando cumplió sus 60 de vida. Montoya fue un Obispo para afrontar la guerra. 

Por su parte, el clérigo González, después de ocupar el curato de Carolina,  fue consagrado Obispo de la Diócesis de Antioquia en 1873, a sus 50 años. Estuvo muy bien apadrinado el nuevo consagrado, por el banquero y Presidente del Estado, Don Recaredo de Villa; el expresidente del mismo, el Dr. Pedro Justo Berrío; el presidente de la Asamblea legislativa del Estado y expresidente de la República, Don Mariano Ospina Rodríguez; y dos miembros de la legislatura, hombres prestantes de la Sociedad de Medellín y Santa Fe de Antioquia, el Dr. José María Martínez Pardo y el Sr. Julián Vásquez. Para la catequesis, la educación y la beneficencia se apoyó en las Sociedades Católicas y las Asociaciones del Sagrado Corazón. Al tiempo, importó una imprenta de Norteamérica con lo que agilizó el sistema de información a las parroquias; realizó visitas pastorales y en 1876 organizó un fondo especial para traer sacerdotes europeos para la enseñanza en el Seminario, establecer misiones entre los indígenas del occidente y demás pueblos de la diócesis, regentar escuelas superiores en los Departamentos del Norte, Sopetrán y Jericó, y para fundar una casa de Asilo en la capital. 

Las actitudes de los tres Obispos  frente a la guerra civil, fueron idénticas, pues provenían de troncos hereditarios religiosos bastante similares. Sus tradiciones mentales así como sus criterios doctrinales permanecieron fieles al Papado, lo que significó adhesión a la romanización de la Iglesia e identificación clara de su  enemigo, el liberalismo.

Coherentes con su opción, los tres Obispos respaldaron al conservatismo en la guerra, nombraron capellanes para sus ejércitos, indujeron a la participación a través del reclutamiento, la predicación, la simbología sacramental, la confesión, las procesiones y peregrinaciones, las sociedades y asociaciones católicas, y las Cartas pastorales y circulares. Nos limitaremos a destacar los aspectos más relevantes de algunas de éstas pastorales y circulares.

De Monseñor Restrepo se destacan la pastoral del 12 de octubre de 1872 sobre educación laica y católica; la del 7 de noviembre y la del 8 de diciembre de 1873, sobre la conducta y participación del clero en política; la Circular del 14 de marzo de 1876, sobre la secta de la francmasonería condenada por la Santa Sede; y la pastoral del 31 de marzo de 1876, sobre la instrucción religiosa que deben dar los sacerdotes a los niños y sobre el deber de los padres de familia respecto de las escuelas laicas. Todos ellos fueron documentos de suma importancia en los meses previos a la guerra civil, algunos de ellos fueron respaldados por feligreses y otros por sacerdotes de la Diócesis. Pero quizás hay dos pastorales en las que se revela mas claramente su pensamiento, la del 12 de octubre de 1872 y la del 8 de diciembre de 1873. En la del año 72 se refiere a los enemigos de la Iglesia, los liberales, “quienes tienen al cinto provisión de veneno y puñal; llevan en una mano el martillo demoledor y en la otra la tea incendiaria, y van gritando libertad, igualdad y fraternidad” (Rincón, pp.31-32). Ataca al “gobierno ateo, que estimula y protege la enseñanza de toda doctrina impía y el establecimiento de toda secta contraria a la religión nacional” (p.32). Denomina el decreto nacional del 1 de noviembre de 1870 sobre “instrucción obligatoria”, como “de corrupción obligatoria”... dado que por él se prohibe la enseñanza de la religión católica, en las escuelas costeadas por los pueblos católicos, y al frente de ellas se colocan maestros protestantes” (p.32). El Obispo apoyado por miles de firmas de la municipalidad de Pasto (aparecida en El Católico de Pasto, No. 1, 1876) reclamó ante la Convención del Estado del Cauca contra ese decreto, y trató al Gobierno y a los de su escuela como “ateos y comunistas”(Rincón, p.33). Ante los efectos de la pastoral, El Presidente del Estado, Tomás Cipriano de Mosquera, debió declarar turbado el orden público.

En su pastoral del año 1873 (Rincón, 1940), el Obispo Restrepo se refiere al comportamiento del clero en política. Recoge las líneas centrales de la tradición de la Iglesia en un lenguaje coherentemente intransigente y dentro de un ambiente guerrero: El Obispo se considera un centinela, “en la puerta del templo, cuyo deber al frente del enemigo el de dar en alta voz el alerta, para que no sea profundo el sueño del soldado”. Por su parte, el pueblo católico, es percibido como “el ejército de Cristo alistado bajo la bandera de su divina cruz”, el cual “no podrá acercarse con fe y con valor a las fortalezas de la impiedad, si advierte que han enmudecido o están roncas las trompetas de Israel”. Los hijos de las tinieblas, que son más prudentes que los hijos de la luz, sostienen, apoyados por algunos pocos sacerdotes y por muchos católicos que “el clero debe prescindir enteramente de la política”. 

Pero, en sentido estricto, qué significaba para el Obispo Restrepo, que el clero tomara parte en política? En su concepto, los sacerdotes “deben comprender las cosas y conocer los hombres públicos y sus doctrinas mejor que el pueblo puesto a su cuidado”, aconsejar a su pueblo en la elección de un candidato que respete su religión y su fe, y de garantías de que no atacará los principios de la familia y de la propiedad; pueden y deben procurar, no solo el bien espiritual, sino también el temporal de los pueblos. De otra parte, el Obispo no era partidario de que los sacerdotes convocaran a gentes de un partido a reuniones en sus casas o asistieran a ellas, ni de que repartieran cédulas y llevaran de la mano a los hombres a las urnas eleccionarias, pues esto lo considera indigno de un sacerdote, aunque tal conducta no era en su concepto ni un delito ni un pecado.

Considera Restrepo, con realismo político que “...los decretos, constituciones y leyes emanadas de los gobiernos, son la expresión de su política, o, lo que es lo mismo, sus teorías políticas puestas en práctica e influyendo poderosamente en la educación, costumbres, derechos, intereses y creencias del pueblo...”. En su concepto entonces, si el clero no quiere tomar parte en la política, “tiene que renunciar al ministerio de la palabra evangélica, cuyo principal objeto es atacar la injusticia, el error y la impiedad contenidas en las leyes y constituciones políticas”. Concluye finalmente argumentando que “el tomar parte el clero en las elecciones no es ni puede ser delito, puesto que es un derecho constitucional y legal, y creemos que tampoco puede ser pecado puesto que el episcopado inglés, el francés, el alemán, el suizo, el español y el italiano dirigen con frecuencia su autorizada palabra al clero y a los católicos, exhortándolos a que usen de su derecho y cumplan su deber, trabajando para darse buenos gobernantes por medio de las elecciones...”, más bien, el clero faltaría a sus responsabilidades, si no toma parte en las elecciones y aún más, “si se atiende al carácter de la revolución universal y de las especiales circunstancias de la Iglesia en nuestra patria” (p.9).

El 4 de febrero de 1877, César Conto, Presidente del Cauca, expulsó del territorio del Estado a “Carlos Bermúdez y Manuel Canuto Restrepo, Obispos de Popayán y Pasto, y a los demás ministros del culto, nacionales y extranjeros, que hayan contribuido o contribuyan a promover o sostener la rebelión contra el gobierno, o que hayan sido o sean hostiles a éste en la presente guerra” (p.48). En la Cámara de Representantes, José María Quijano Wallis expuso en un informe referido al  extrañamiento de varios Obispos, y en un lenguaje tan incendiario como el de aquellos, la  siguiente apreciación sobre el Obispo Manuel Canuto Restrepo:

“¿Permitirá la República que el Prelado guerrillero, rebelde crónico contra las instituciones, contumaz enemigo de la República, apóstol de matanzas, soldado disfrazado con el traje de sacerdote y revolucionario permanente, continúe pacíficamente tramando una rebelión, embruteciendo más los pueblos de su Diócesis, manteniendo las alarmas de la sociedad y escandalizando la incipiente civilización colombiana? Si tal cosa sucediera, dejaría de parecer una insensatez, para convertirse en una inexcusable complicidad con ese criminal tonsurado, responsable del grave y complejo crimen de la guerra” (p. 49).

Desde el exilio,  después de la guerra, Restrepo emitió varias pastorales entre 1877 y 1879, con motivo de la ley sobre inspección de cultos; sobre el clero y el liberalismo en Colombia, y sobre los derechos del clero en la política. Al poco tiempo el Congreso derogó la ley de extrañamiento y permitió la vuelta al país y el ejercicio del ministerio a los 5 Obispos, pues allí estuvo incluido el de Pamplona. Monseñor Restrepo llegó a Pasto e hizo renuncia de su cargo el 22 de enero de 1881.

Acerquémonos ahora al Obispo González, quien como pastor de la nueva Diócesis de Antioquia tenía como misión  acercar más la Iglesia a los fieles, mejorar sus costumbres y ampliar la predicación de la doctrina. Por ello, e interesado en la educación e instrucción del clero, abrió en febrero de 1874, el Seminario no sólo para que aprendiera latín y ciencias eclesiásticas, sino también para que “esté a la altura del siglo en que vive, en atención a que las escuelas de la impiedad y del ateísmo son comparables con la escuela heresiarca de los primeros siglos de la Iglesia” (ADA, V. 348, 18 de noviembre de 1873). Dio mucha importancia a la enseñanza moral y religiosa, especialmente a los niños de ambos sexos, “cuando el gobierno general quiere arrancar de los corazones infantiles la semilla católica para sustituirla con la semilla estéril y ... del protestantismo” (ADA, Circular No. 22, abril 20 de 1874). Propuso que los padres de familia fundaran escuelas privadas en oposición a las escuelas laicas,  y procuraran suscribirse al periódico La Sociedad para que circulara en el poblado y en los campos. Exigió a sus sacerdotes hacer conocer por el pueblo,  “el catecismo de la doctrina cristiana”, dentro de una clara idea de expansión del modelo católico hacia abajo, con las siguientes condiciones: La primera ciencia cristiana deberá poseerla el pueblo, aprendida de memoria y comprendida a la perfección. Para ello, el cura dividirá la ciudad o cabecera de la parroquia en barrios y en cada uno encargará a una Señora de conocida piedad para que aliste a todos los padres e hijos  que necesitan de enseñanza y les dará clase cuando pueda en la semana y especialmente los domingos y días de fiesta. Los campos los dividirán en fracciones y efectuarán la misma operación. Para proporcionarles textos, cuidará de que cada comisión consiga todas las suscripciones posibles al catecismo de Mr. Dupanloup ...cuyo valor es de un peso sencillo por cada una (ADA, Circular No. 26 de mayo 12 de 1874). Desde octubre de 1873, El Obispo interesado en vigilar la enseñanza religiosa en las escuelas, con la aquiescencia de los directores de las mismas, nombró a dos sacerdotes para que semanalmente visitaran todas las escuelas públicas y libres de la ciudad, con el fin de proveer el mejoramiento de la instrucción moral y religiosa en la generación que se levantaba (ADA, El Prefecto de Antioquia al Obispo, Octubre 29 de 1873). Se ocupó también del establecimiento de una imprenta, para lo cual se asoció con los Prefectos de los Departamentos del Occidente (ADA, Del Prefecto de Sopetrán al Obispo, octubre 27 de 1873).

El Obispo Joaquín Guillermo González, estaba dedicado a la organización de la diócesis, cuando estalló en el mes de agosto la guerra civil. Ella estuvo precedida de 4 significativas pastorales, entre mayo 4 de 1874  y mayo 9 de 1876. En las mismas enfatizó los deberes de clérigos, sociedades y fieles “para contrarrestar la acción de los enemigos de la fe, conservar las buenas costumbres y rechazar los errores de la masonería y del liberalismo”. Unido al Obispo de Medellín, José Ignacio Montoya, dirigió a los sacerdotes del Estado de Antioquia, una circular sobre los males que amenazaban a la Iglesia y a la Patria. En ella, “el partido oligarca” es tratado como enemigo de la propiedad, la familia y la vida de los ciudadanos, cuando los Obispos dicen defender la causa de la religión, la justicia y el derecho.

Al tercero de nuestros Obispos, José Ignacio Montoya, lo caracterizó su lucha contra  las publicaciones que consideró nefastas para la fe y la doctrina católicas. El 26 de mayo de 1873, en el Repertorio Eclesiástico publicó un catálogo de los principales “malos libros” entresacados del Índice. Más tarde, el 4 de junio de 1876, publicó una circular sobre la lectura de libros prohibidos y periódicos impíos, en la cual prohibió bajo pecado reservado al Prelado la lectura de los periódicos El Boletín Masónico, La Prensa Evangélica, La Luz, El Diario de Cundinamarca, El Programa Liberal y La Opinión Liberal (Repertorio Eclesiástico, No. 149, Julio 8 de 1876). Como la lucha era peleando política y militarmente, pero sin descuidar el frente ideológico, el Obispo Montoya instaba a sus fieles a suscribirse a la Obra de Groot, La Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada (Repertorio Eclesiástico. No.132, 1876; Ortiz, 1993). Por su parte, el conservador Estado de Antioquia contrataba con el Sr. Víctor Gómez, la reimpresión el catecismo cristiano de M. Dupanloup, con un tiraje de 360 ejemplares en papel europeo y con un valor de 50 centavos cada libro (AHA, Tomo 2902, Abril 17 de 1876).

La  apertura de la escuela Normal de Rionegro, muestra claramente cómo fue enfrentado el problema de la educación laica por la Iglesia. A Monseñor Montoya le correspondió enfrentar este asunto, ya que se abriría en abril de 1876 por disposición del Gobierno de la Unión. La escuela ofrecería clase de Religión costeada por el distrito, y su catedrático sería sometido a la aprobación del Prelado. El Obispo no aceptó la enseñanza de la Religión por parte de ninguna persona, menos si se trataba de un establecimiento en el cual el Director no era católico y afirmó que si se abría la Escuela, daría la voz de alerta a los padres de familia. La Escuela Normal de Rionegro fue abierta y obtuvo una demanda destacada, ante lo cual, el Obispo Montoya produjo la Circular del 12 de julio de 1876, en la que prohibió “a los fieles de su Diócesis que envíen a esa Escuela a sus hijos y dependientes, bajo de culpa grave; manda a los sacerdotes que la lean en tres domingos consecutivos y que expliquen a los fieles los peligros que corre la juventud en tales Escuelas” (Repertorio Eclesiástico, Medellín, No. 150, Julio 15 de 1876).

No obstante lo anterior, el Obispo Montoya era más pastor y menos interesado en la política que su hermano en el episcopado, el Obispo Restrepo. Por ello en La Pastoral al Clero y  a los Fieles, publicada una semana antes de comenzar la guerra civil (Repertorio Eclesiástico, No. 152, Julio 29 de 1876) se centra en el papel del sacerdote católico y en su dimensión espiritual sobre las almas, constituyéndose en la pieza más representativa de la posición del Obispo Montoya respecto a su Iglesia y al liberalismo. En ella se refiere a “la implacable guerra que el liberalismo impío y racionalista ha declarado contra nuestra sacrosanta Religión”, a lo que debe oponerse “la santa actividad del sacerdocio católico”. Expone entonces los siguientes aspectos:

Considera que los medios más decisivos para que los sacerdotes puedan influir en las almas y en la moralización de los pueblos son la predicación sencilla y frecuente al alcance del pueblo rudo, tal como lo aconseja el Concilio de Trento; la enseñanza de la doctrina cristiana adaptándola a la edad y capacidad de cada uno y mediante el uso del catecismo; la constante asistencia al confesionario, como el lugar para promover y fomentar el mejoramiento de las costumbres; el asiduo y perseverante ejercicio de la oración, tan necesario al sacerdote como al militar la espada; el amor al alejamiento de toda mundana concurrencia y de todo lugar profano, ya que estos son ajenos a la santidad del estado del orden; el estudio de la sagrada escritura y demás ramas de las Ciencias Eclesiásticas, la modestia, honestidad en el porte, conversación, tenor de vida y buen ejemplo.

El Obispo Montoya ve como auxiliares y medios en el ministerio, para oponerse a los apóstoles del error y del utilitarismo ateo, a las sociedades católicas en la tribuna y en la prensa; las asociaciones dispuestas para la oración y la caridad con los pobres; la defensa de la propiedad, la familia, la justicia y el derecho. A los fieles los excita a velar y prevenirse contra el espíritu de soberbia, pues Dios puso límites a la inteligencia humana: “Hasta aquí llegaron tus investigaciones, porque si intentas levantar el velo que oculta la luz increada quedarás deslumbrado con el brillo de su inmensa claridad” (p. 1089).

En cuanto a las relaciones entre ricos y pobres, el Obispo considera que la caridad es la mejor consejera, si se hace en doble vía: 

“Solo con este vínculo de caridad que une al pobre con el rico puede resolverse ese gran problema del pauperismo y de la desigualdad social, que tanto preocupa a los filósofos y políticos de nuestro siglo, los cuales después de mil teorías y sistemas a cual más absurdo, no han podido obtener sino terribles desengaños. Ejercite, pues, el rico la caridad para con el pobre, ejérzala también éste para con aquel del modo que hemos insinuado, y unidos ambos con ese celestial y hermoso vinculo corresponderán a los designios de Dios y llenarán  mutuamente su providencial destino” (1091).

Culminada la guerra, el Congreso expidió la ley sobre inspección civil en materia de cultos, y a los tres días del mismo mes, otra ley por medio de la cual extrañaba del territorio de la república a cuatro Obispos por 10 años, y les prohibía el ejercicio de sus funciones en el país, porque figuraban en el número de los principales promotores de la rebelión. Los Obispos sostuvieron su no intervención en la revolución, pues según dijeron, se habían limitado “a pedir oraciones por el triunfo de la causa de la revolución, la justicia y el derecho”. Solicitaron al Presidente de la Nación la derogatoria de las leyes en mención, pero su petición fue rechazada. El Obispo González fue extrañado, pero se ocultó en los montes de San Andrés de donde salió cuando se derogó la ley sobre inspección. Renunció a su cargo en enero de 1882 y murió en Yarumal en el año de 1888 (Gaviria, 1997). El Obispo Montoya fue extrañado y debió esconderse en lugares cercanos a Medellín para no someterse a los decretos de Tuición y destierro. Volvió más tarde y logró un acuerdo con Daniel Aldana, entonces Presidente del Estado de Antioquia, para que los sacerdotes pudieran ejercer libremente el ministerio. Fue capturado en abril de 1879 y traído preso a Medellín, para luego abandonar el país. Al derogarse la ley de extrañamiento en 1880, regresó a Medellín (Gómez Barrientos, 1916).

 

III.   El  clero en guerra:  imaginarios, oficios y conductas. 

Los sacerdotes vivían en un mundo sacralizado, en el cual, la intransigencia era un valor, la garantía de la virtud y del honor. Sin embargo, la intransigencia del oponente era leída como un error (Cortés, 1998). De otra parte, La Iglesia, institución en la cual el sacerdocio es decisivo, se define a si misma como Madre y Maestra, con lo que se constituye en una de las instituciones más importantes de la transferencia de modelos hacia abajo  (Elías, 1989). Del nacimiento a la muerte pasando por todos los estados sacramentales, y más allá, todos los fieles estaban sumergidos en su vida y en la de los suyos, en un mundo simbólico-ritual administrado por la Iglesia (Arango, 1993, pp. 18-19). Para transmitir sus modelos y para controlar la vida de sus fieles, el papel de los sacerdotes fue crucial.

Así mismo, el párroco y el maestro fueron dos representantes de “la intelectualidad de funcionarios de la clase media”, dos figuras sociales que tenían la participación más decisiva en la formación y en la difusión del nuevo estilo del cristiano (Elías, 1989, p. 74). Para entonces, el párroco trabaja, sirve y ayuda al Obispo, enseñando “al pueblo fiel por medio de la palabra, las obras, el ejemplo y el trato frecuente, el camino por el cual, mediante la observancia de los mandamientos divinos, se llega al cielo”(Concilio Provincial, 1869, p.53). Igualmente, los párrocos debían hacer la visita anual a todos los fieles de su jurisdicción; ser verdaderos modelos en la doctrina, pureza y austeridad de costumbres; emplear su autoridad para que los padres de familia no descuiden la educación de sus hijos;  y cuidar a su pueblo de los males que lo amenazan. En síntesis, los párrocos debían predicar la palabra, administrar los sacramentos y ejercer la caridad para con los pobres. Para ello, era necesario que adquieran buena fama y se captaran la estimación de los fieles mediante la prudencia, mansedumbre y caridad, distinguirse por la afabilidad y buen trato, siendo edificantes en su conducta, discretos en el hablar, ejemplares por su pureza de costumbres y notable santidad de vida (Concilio Provincial, 1869, p. 57).

El sacerdote es pues un ser consagrado, que se diferencia de los demás por su estado celibatario, sus ropas, sus actitudes, pero no en cuanto individuo, sino en cuanto miembro de la institución eclesiástica. El sacerdote, inscrito en una jerarquía universal y vertical, del Papa al más humilde párroco de aldea, es el intermediario, el único intermediario entre los poderes invisibles y el más acá, entre la esfera de lo sagrado y el mundo profano...” (Arango, 1993, pp. 17-18). Este papel de intermediación del sacerdote fue reafirmado en el Concilio de Trento, como una reacción ante las exigencias de los reformadores protestantes, para quienes los seres humanos desde su conciencia y su propia interpretación de las escrituras, debían enfrentarse a su Creador, sin la mediación sacerdotal. 

Precisamente, en la guerra de 1876, nos encontramos a los sacerdotes antioqueños ejerciendo su labor de intermediarios entre lo sagrado y lo profano, empleando el púlpito, la conversación, el confesionario y la prensa, aprobando a sus cercanos y censurando oponentes. La militancia directa en muchos casos no es clara, y si bien, la Iglesia se constituyó en elemento esencial del orden social, contribuyendo a afianzarlo, la mayoría de los sacerdotes vieron con desconfianza todo aquello que se refiriera a reformas sociales o a participación y movilización de grupos populares, de mestizos o de pardos, y más bien optó por la estabilidad que asegurara la paz para el desarrollo económico y social (Melo, 1988).

La Diócesis de Santa Fe de Antioquia contaba con 112.840 habitantes y tenía una renta de 58.000 francos; estaba compuesta por las 41 parroquias ubicadas en los Departamentos de Antioquia (35 distritos y 4 fracciones) y Sopetrán (8 distritos y 3 fracciones), además de los pueblos de la región occidental hasta el río Cauca, la parroquia de San Pedro del Departamento del Centro y todo el territorio del Departamento del Norte, con capital en Santa Rosa. En estas 

condiciones, la diócesis fue dividida en siete vicarías foráneas y se crearon agencias eclesiásticas en el Suroeste (Jericó) y en el Norte ( Santa Rosa) con correo quincenal (Toro, 1996).

La recientemente fundada Diócesis de Medellín (1873) contaba 253.134 habitantes y tenía una renta de 120.000 francos; poseía 124 sacerdotes (Repertorio Eclesiástico No.99, de julio 10 de 1875). En cuanto a Comunidades Religiosas, ambos Obispados eran bastante escasos en ello. Medellín sólo contaba con un Convento de monjas carmelitas de clausura desde fines del período colonial; por su parte, los jesuitas habían sido expulsados de Antioquia en tres ocasiones, 1767, 1850, y finalmente en 1861. Los franciscanos ingresaron a comienzos del siglo XIX y las Hermanas de las Caridad sólo llegaron en 1876. En lo regional, la división de la Diócesis de Antioquia en dos Obispados (1873), uno en Medellín y otro en Santafé de Antioquia, marcó diferencias entre un clero más conservador en el primero y uno más liberal en el occidente de la región.

Para 1870, Antioquia contaba con 150 sacerdotes para atender una población de 366.000 habitantes, equivalentes a 4.1 sacerdotes por cada 10.000 habitantes, una cifra alta para el país. Boyacá por su parte, heredero de una fuerte Iglesia colonial, contaba con 120 sacerdotes en 1873 para 445.618 habitantes, lo que representaba 2,6 sacerdotes por cada 10.000 habitantes. De todos modos, las cifras resultan bajas, si se las compara con países como Prusia e Irlanda por esos años (Londoño, 1999).

En la mayoría de los poblados, los sacerdotes de la Diócesis de Medellín estuvieron del lado de sus Obispos. Muy pocos tuvieron posiciones liberales en las subregiones del centro, sur (Neira), oriente (Rionegro, Retiro y Sonsón) y norte. En el Nordeste hubo núcleos liberales con algunos sacerdotes simpatizantes del liberalismo, en Remedios, Zaragoza, Cáceres y Nechí. En cambio, un número mayor de sacerdotes tuvo posiciones liberales, en las zonas cálidas de la Diócesis de Antioquia, lo que fue notorio desde la guerra de los Supremos, y mucho más explícito en las guerras de 1851 y 1860, en lo que pudo incidir el viejo Obispo santanderista Gómez Plata, la pérdida del Obispado principal en 1868 y la situación decadente del occidente colonial.

La mayoría de los sacerdotes de la región antioqueña se mantuvo en sus parroquias. Unos fueron neutrales frente al conflicto, otros pocos simplemente lo descalificaron. Algunos militaron activamente como capellanes, reclutadores, postas, espías y contactos. He encontrado diez sacerdotes que sirvieron como capellanes de ejércitos en la guerra. En comunicación dirigida al Comandante General de la 4ª división, Obdulio Duque, tres sacerdotes, los presbíteros Eloy Rojas, Clemente Guzmán y Aparicio Gutiérrez, expresaban su deseo de prestar “este importantísimo servicio a la causa de la Religión y de la Patria en la campaña que dentro de pocos días vamos a emprender”. El Obispo Montoya, concede gustoso el  permiso para actuar como  capellanes de ella,  aunque juzga que tres capellanes para una sola División no son necesarios, máxime que sus curatos quedan solos. Le sugiere escoger dos entre ellos, “pero si fueren necesarios todos tres pueden marcharse inmediatamente” (AAM, M. 123, Marinilla, septiembre 3 de 1876). También hubo clérigos que llegaron a respaldar la revolución con armas, reclutando individuos o incitando y recogiendo gentes para que se enrolaran en los ejércitos revolucionarios. 

El Pbro. Jesús María Ospina, de Caldas, ofreció sus servicios al Presidente del Estado, pues consideró que la crisis que se vive “ya no es la del partido conservador  sino la de la Iglesia, sus preceptos y sus dogmas” (AHA, tomo 2069, Agosto 4 de 1876). Pedro Rafael Baena y Joaquín María Ruiz aparecen como capellanes del Tercer Ejército. El primero es asimilado al grado de Teniente Coronel y el segundo al de Sargento Mayor (AHA, Tomo 6862, agosto de 1876).

La situación de guerra llevó a extremar las facultades dadas por el Obispo José Ignacio Montoya, a los capellanes del Ejército de Antioquia para que se les facilitara el desempeño del ministerio sacerdotal, por lo que les permite “absolver a los soldados del ejército de todos los casos reservados a Nos... celebrar misa en altar portátil en el campo, cuando haya necesidad y se tengan los útiles necesarios”; y en virtud de una facultad pontificia que tiene el Obispo, les delega la de aplicar una indulgencia plenaria en la hora de la muerte a los que en este caso tengan dolor de los pecados, aunque no puedan confesarse (Boletín Oficial de Antioquia, No. 170, Medellín, 21 de agosto de 1876).

También encontramos clérigos ejerciendo las funciones de espías, contactos y postas (Martínez, 1999). El padre Gumercindo Porto de Cáceres, es el contacto e informante más importante que tiene el Gobierno de Antioquia con el Estado de Bolívar, pues envía a ese Estado todo lo que se le manda de la Secretaria de Gobierno de Antioquia. Además quiere ser capellán de la  fuerza que va hacia Bolívar, lo que es aprobado por el Prefecto del Norte...siempre y cuando su Obispo, Joaquín Guillermo González dé su venia. (AHA, Tomo 2081, Santa Rosa, febrero 3 y17 de 1877).

Las actitudes variaron, y desde la predicación pasaron por la participación directa en los reclutamientos –se destaca el papel del Padre y Dr. Benito Jaramillo Z., en el Departamento de Sopetrán (AHA, 2072, Agosto 5 de 1876, f.148-150); otros incitaron a la revuelta con armas y otros fueron informantes (Martínez, 1999; Jaramillo, 1989). Sacerdotes también debieron pagar empréstitos forzosos como el del 31 de Enero de 1877, decretado por el Poder Ejecutivo del Estado.

Así mismo, se dio el caso de seminaristas a quienes se los exceptuó del servicio militar por oposición del Obispo a las autoridades. El Obispo Montoya protestó ante el Secretario de Gobierno de Antioquia porque los alumnos del Seminario consagrados ya a la carrera eclesiástica, fueron citados a prestar servicio militar sin exceptuar siquiera a quienes ya habían recibido órdenes menores. Argumentó que esta medida “ataca directamente el fuero y la inmunidad de la iglesia, reconocida en todo país que como el nuestro se precia de católico, y no es atacando los derechos de la iglesia como podemos defenderla de sus enemigos”. Le dice finalmente que “el interés que tengo por el triunfo de la causa de Antioquia, no me hará sacrificar nunca mis deberes para con la Iglesia” (AAM, M53, C4, Medellín, marzo 29 de 1877).

Casi todos los sacerdotes de Antioquia exhortaron a los fieles a la defensa del Estado y de la Patria, con su persona, sus bienes, su influjo o sus oraciones. Los que se quedaron en sus parroquias, tuvieron especial cuidado con las familias dejadas por padres o hijos, reclutados para la guerra, y especialmente de aquellas en que quedaron viudas o huérfanos. En todas las poblaciones se formaron Juntas de Socorro, en las cuales los sacerdotes cumplieron una labor importante o las presidieron (Ramírez Urrea, 1922).

La guerra explotó y se esparció por toda la Nación en el mes de agosto de 1876 y terminó en abril de 1877. El Estado de Antioquia, al parecer comprometido con la situación del Cauca, se fue a la guerra. Los Obispos de Antioquia y de Medellín enviaron rápidamente una Circular a los curas y demás sacerdotes del Estado, en la cual  invocaron su patriotismo y los llamaron a la defensa de sus más caros intereses, “...recen pidiendo la victoria y el triunfo de la causa que defienden, la de la religión, la justicia y el derecho; rodeen y apoyen al gobierno del Estado; sacrifiquen su reposo, comodidades, riqueza y hasta su vida en defensa de los intereses religiosos y sociales (Ramírez, p. 72). Reiteran que en el centro de sus temores está el triunfo de “la impiedad masónica. Previenen para que se tomen todas las acciones del caso, pues se trata de que quienes hoy buscan sojuzgarlos son los mismos que arrojaron a las monjas carmelitas de su asilo en 1863, persiguieron al clero e hicieron morir al Obispo Riaño en el destierro. Ante esta circular se manifestaron el Capítulo Catedral y los clérigos empleados en la Catedral, adhiriéndose a lo expresado por los Obispos, añadiendo que debe avivarse el sentimiento religioso para combatir “con denuedo en defensa de los fueros patrios y de sus creencias religiosas, amenazados por un gobierno que hace pública profesión de ateísmo oficial, y cuyos miembros afiliados en las logias masónicas, han jurado la destrucción del cristianismo en nuestra infortunada patria...” (Ramírez, p.73). Los apoyos al gobierno del Estado y los ataques al Gobierno nacional no se hicieron esperar. El clero de Medellín, encabezado por el Vicario General, envió una misma comunicación al Obispo y al Presidente del Estado, en la cual se pone al servicio de la causa de la Iglesia y del Estado, la que consideran su propia causa.

La guerra se fue extendiendo por el territorio antioqueño y fue tomando una dimensión nacional. En el oriente, se suspendió la Misión que se había preparado en la población liberal de Rionegro por parte del Padre Teófilo Gómez, quien le escribe al Obispo, en agosto 2 del 76, argumentando completa alarma por motivo de la revolución, parálisis en el comercio, miseria y hambre en el pueblo (AAM. M,123). En el oriente, en la Ceja, el  Padre Francisco J. Rodríguez, afirma que “Los sacerdotes debemos volar al campo de batalla en la lucha que actualmente se libra...” (AHA, Tomo 2069, agosto 14 de 1876).

Existió un factor que sin duda ayudó a crear una mentalidad religiosa en las poblaciones, la larga permanencia deL sacerdote en su parroquia y con ella la continuidad en la predicación de la doctrina. En sociedades todavía rurales, con bajos niveles de alfabetidad, “La predicación es el punto fuerte. El púlpito es a la sazón la tribuna política y religiosa, que guía al pueblo emotivo, apasionado y analfabeto; el libelo circula por todas partes, pero no todos lo leen; la palabra viva es la reina (Livet, p. 30).

Veamos una muestra representativa de 12 sacerdotes que duraron entre 30 y 53 años en sus respectivas parroquias: Juan José Henao (1798-1880) de Rionegro, estuvo 53 años como párroco de Guarne, desde 1827 hasta su muerte en 1880; Joaquín Restrepo Restrepo (1801-1875) de Envigado, fue cura propio de Rionegro durante 30 años (1845- 1875); Julián María Upegui (1806-1880) de Medellín, fue cura de Envigado por 38 años (1842-1880); José Antonio de Aguilar  (1796-1874) de San Pedro, fue cura propio de Concepción por 49 años (1825-1874); Juan Nepomuceno Ruíz (1800-1888) de San Cristóbal, fue cura de Heliconia por 40 años y luego de Itaguí por 17 años (1871 y 1888); Julián Palacio (1807-1880) de San Cristóbal, fue cura propio de Yarumal por 44 años (1836-1880); José Vicente Garzón (1808-1891) de Envigado, fue cura de Amagá por 41 años (1850-1891); Emigdio Marín (1808-1893) de San Vicente, fue cura propio de Neira por 46 años (1847-1893); Telésforo Montoya (1811-1877) de Rionegro, fue cura de Caramanta por 34 años  (1844-1877); Antonio F. Parra (1815-1899) de Medellín, fue cura propio de Campamento, por 53 años (1846-1899); Leoncio Villa ( 1820-1904) de Rionegro, fue cura propio de la Estrella por 33 años (1871 y 1904); Honofre Duque Serna (1830-1922), del Carmen estuvo en Aguadas durante 51 años, pues fue coadjutor desde 1871 y allí residió hasta su muerte; José Vicente Calad (Socorro, 1816- Retiro,  1884), fue cura del Retiro desde 1847 hasta su muerte en 1884, es decir por 37 años (AAM, Libro de sacerdotes, 1800-1900).  Al lado de estos, también se dieron casos de casados que enviudaron y se incorporaron al sacerdocio, como ocurrió con Francisco Antonio Isaza, de Envigado, quien se ordenó de 52 años y fue capellán en una guerra; Rafael Garcés Montoya, de Marinilla, ordenado de 56 años; y Eleazar Marulanda, ordenado a los 31 años y quien vivió con sus hijos en Jardín, siendo párroco de ese distrito.

El sacerdote Ramírez Urrea (1922) hace la biografía de 40 sacerdotes, de los 118 con que cuenta la Diócesis de Medellín y Antioquia en 1868, más el Obispo. También el libro de sacerdotes de 1800 a 1900, ya mencionado, permite aproximaciones a la permanencia de los sacerdotes en sus parroquias. De los 40 sacerdotes, 3 duraron entre 53 y 58 años en sus parroquias; 7 entre los 40 y los 49 años; 6 entre los 30 y los 38 años; 9 entre los 20 y los 27 años; 6 entre los 10 y los 18 años; y 1 duró 7 años; los demás, al parecer, estuvieron tiempos menores en sus parroquias.

Observemos ahora otro tópico de sumo interés en una sociedad predominantemente católica y conservadora, como la antioqueña: el clero disidente y el tratamiento dado al mismo. La adhesión clerical a la causa del gobierno conservador y a las directrices de los Obispos no fue total ni uniforme. Como efecto de ello se dieron procesos, suspensiones y confinamientos. Los sacerdotes que daban cierta sospecha de atender liberales en el confesionario, o de ser simpatizantes de su causa, eran mal vistos, procesados y aún confinados en distritos distintos y distantes de los propios. Tomás Carrasquilla nos presenta el caso más conocido en el Padre Casafús (1952). Lisandro Jiménez, Prefecto del Oriente le pide al Obispo que tome medidas contra sacerdotes hostiles, egoístas y enemigos, de mucho influjo, de la causa que defiende Antioquia, los cuales y deben ser confinados a distritos donde no causen perjuicio alguno: El cura del Retiro, Lema, es enviado a Abejorral; el cura Fulgencio Villa de Rionegro a Cocorná; y el cura Ramón Castaño a Santuario. Fulgencio Villa fue reconvenido por informes que se tenían de su conducta en la guerra (Repertorio Eclesiástico, No. 182, 3 de marzo de 1877).

El 16 de enero de 1877, el Obispo González expidió una circular para que se examinara la conducta de algunos clérigos de la Diócesis de Antioquia, que se decía, hacían causa común con los enemigos de Antioquia. Ello revela que hubo clérigos que en la Diócesis de Antioquia se sometieron a la medida liberal de tuición e inspección de cultos. También en la Diócesis de Medellín, tres curas del oriente debieron hacer declaración pública de su  adhesión a la protesta de su prelado en contra de las leyes de tuición de cultos y extrañamiento de Obispos. Su manifestación decía claramente que “cumplimos sólo un deber de conciencia, pero que no es ni ha sido ni es nuestro ánimo excitar a los pueblos a conspirar contra el gobierno, ni mucho menos a promover la guerra contra él. Por el contrario, nuestra religión nos impone el deber de trabajar por la paz, y de prestar nosotros, y amonestar a los pueblos que presten la obediencia al poder civil, en todo lo que no sea contrario a las leyes de Dios y de la Iglesia” (AAM, M-6, C, 8). El padre Cálad firmante de la manifestación referida estaba bastante comprometido con la causa liberal. El Comandante de la plaza de Rionegro, José María Duque le dice al Obispo, que el Padre Cálad del Retiro tiene asilados en el templo (la sacristía) a jóvenes para no prestar servicio militar...con los conservadores: “Habló en una plática contra agentes del gobierno y aconsejaba a soldados que solo a Dios se debe obediencia y no a los hombres. Dijo que era liberal y deseaba el triunfo de los oligarcas. Le pide lo confine en un punto donde no perjudique (AAM, M124, 7 de febrero de 1877). La respuesta del Obispo fue inmediata, pues le envió comunicación pidiéndole aclaraciones a la misiva en mención y citándolo a su despacho.

Pero el caso más patético de suspensión en el ejercicio del ministerio sacerdotal por ser simpatizante del liberalismo, se produjo con el Padre José Tomás Molina, coadjutor de Sonsón, con residencia en el corregimiento de Nariño, perteneciente a dicho distrito, durante la guerra y por ser liberal. El caso es de corte inquisitorial. El 31 de enero de 1878, Molina pide el levantamiento de la suspensión al Deán y Vicario General de la Diócesis, Sebastián Emigdio Restrepo, quien le exige redactar una manifestación en términos adecuados para que sea publicada, pero sólo cuando ésta satisfaga al Obispo se resolverá sobre su contenido. La misma deberá contener  “una petición de perdón al prelado ha (sic) quien ha desacatado con sus procedimientos y a los fieles católicos a quienes ha escandalizado; una abjuración del título de liberal que ha llevado y de los errores con que el liberalismo ataca a la Iglesia”, especialmente los que se oponen a los dogmas de su libertad e independencia, y de la infalibilidad del Papa; una promesa de respetar y obedecer a la Iglesia y a sus pastores y una adhesión a los dogmas que ella profesa. Después de una primera manifestación explícita y clara sobre su conducta y de pedir perdón por haber “escandalizado al público y disgustado al Obispo”, declaró que pronunció discursos en los cuales manifestó que algunos sacerdotes no cumplían con la virtud de la caridad y que en vez de consolar al triste no hacían otra cosa que aumentar la desesperación...; sólo que aquello lo hizo en momentos de dolor y exaltación. En su última manifestación le es exigido hacer “sincera abjuración del título de liberal que he llevado”, y de los errores que con él se ataca a la iglesia, y prometer obediencia a sus pastores después de hacer profesión de fe en lo que la Iglesia cree y enseña.

También, al presbítero Nicanor Lotero se le adelantó juicio por informes desfavorables sobre su conducta religiosa, acusado de afirmar que la ley de inspección de cultos era buena, así como las Sociedades Democráticas, a tal punto que los curas debían alistarse y asistir a ellas (AAM, M66, julio 20 de 1877). Y, al cura de Neira, Antonio María Escobar, se lo acusó de expresar que “el partido conservador es sanguinario, cruel e hipócrita, que el clero antioqueño ha concitado muchedumbres a la matanza y que el liberalismo colombiano es leal” (AAM, Santo Domingo Abril 30 de 1877).

Se dieron también casos de clérigos  que por diversas razones no estaban compenetrados con la guerra. El cura José María Hincapié, primero en Ebéjico y luego en Marinilla, fue suspendido indefinidamente de oficio y beneficio por bebedor. Esto sucedió  a comienzos del año 77, cuando la guerra apenas desplegaba su trama (AAM, marzo 14 de 1877). En Marinilla se le observó la misma conducta escandalosa, “turbando la tranquilidad de los señores curas y escandalizando a los católicos”. Otros sacerdotes optaron por la neutralidad y durante la guerra se ocuparon de la enseñanza espiritual y de la predicación, libres de color político y de polarizaciones partidistas. También se dieron casos como el del presbítero Manuel  Vallejo de Ríonegro, quien fue clérigo suelto por su mala salud (Ramírez, p.209); y  el Pbro. Juan Nepomuceno Salazar, de Marinilla, quien estuvo demente entre 1830 y 1876 (Ramírez, 1922).

 

IV. Los fieles llamados a declarar: defensas y acusaciones a sus pastores. 

Como triunfadores de la guerra, los ejércitos liberales sometieron los Estados rebeldes, entre ellos el de Antioquia. El General caucano Julián Trujillo, ingresó al territorio antioqueño, lo  controló rápidamente y se puso en la tarea de reorganizar el gobierno y reconstruir buena parte de una región que gastó bastante en la guerra, puso hombres, armamento, dineros, bagajes y ganados, y paralizó minas y comercio. Uno de los frentes que debía controlarse era el de la Iglesia, pues allí se concentraban buena parte de los actores de la rebelión recién concluida, y como perdedores, una posible reacción era esperable. Por ello Trujillo ordenó que se exigiera la presentación de testigos en cada población (en su parroquia respectiva) ante jefes municipales e inspectores de policía, para que se le siguiera un proceso a cada Prelado y sacerdote, averiguando su responsabilidad política y su conducta durante la revolución y después de ella. Existe una rica documentación donde encontramos muchos  procesos seguidos a sacerdotes. En este trabajo  pondremos en  escena algunos casos significativos. También hemos auscultado hojas de vida de clérigos, testimonios escritos a manera de diarios, biografías, periódicos, circulares, cartas pastorales y correspondencia de Obispos, sacerdotes y fieles.

Puede afirmarse que en la región se había creado un ambiente en el cual, “las justas oratorias” se convirtieron en “el trasfondo de la guerra” (Livet, 1971, p.30). Evidentemente, la Iglesia tenía ventajas en la batalla que libraba con el liberalismo, pues hacía parte de una sociedad que ella misma había contribuido a formar en sus tradiciones y mentalidades. Igualmente había incidido de manera directa en la vida íntima y pública de sus feligreses a través de múltiples mecanismos de control social, entre los cuales la confesión y la predicación fueron decisivos.

La Iglesia Católica tuvo una destacada presencia en los Departamentos antioqueños del Centro, cuyo eje fue Medellín; del Oriente, centrado en Marinilla y Rionegro; del Norte con epicentro en Santa Rosa; del sur, desde Abejorral hasta Manizales; y de algunas poblaciones del suroeste. En estos lugares el peso de los párrocos formó una red, que con los demás componentes del triunvirato parroquial, el gamonal y el alcalde, moldeó las mentalidades de las poblaciones, con una mirada casi siempre favorable al conservatismo, como defensores y propagadores de una única visión del mundo (Vega Cantor, 1999).

Pero también se dieron algunas zonas adversas a la Iglesia y en la cuales esta debió  competir por su presencia, en casos alcanzarla débilmente, y en otros sencillamente no obtenerla debido a factores de distancia, componentes socio raciales, tradiciones locales o militancia política. Tales zonas fueron el nordeste, predominantemente minero; el occidente con su vieja capital en Santa Fe de Antioquia y sus territorios de frontera, mineros e indígenas; y bolsones del suroeste y del norte.

Volvamos a los feligreses interrogados. Encontramos opiniones y  percepciones de gentes de diverso rango social sobre “lo que se dijo”, “se oyó”, y “se supo” en aquellos meses de guerra. Todo ello nos acerca al mundo mental y al accionar del orden clerical (Medina, 1992). Escuchemos los verbos y acepciones  más usadas: predicar...la insurrección armada o la rebelión; aguzar al gobierno nacional para la guerra; rezar por los de su propio bando; insultar al gobierno y despotricar del mismo; aconsejar a la gente para que tome las armas; marchar a defender la causa justa; hacer penitencia para que triunfe la causa de Antioquia.

No sólo se utilizaron argumentos celestiales para incitar a la guerra, también se sugirieron medidas extremas antes que traicionar los principios. Un testigo “oyó al Pbro. Jacobo Quiceno insultar con palabras acres y atrevidas al gobierno que está hoy en el poder, manifestándole al pueblo que el citado gobierno no lo perseguía a él o no le estaba siguiendo causa sino, porque predicaba la virginidad de María y la Omnipotencia de Dios, y que así era que estaba pronto a dejarse fusilar antes que protestar contra esos dogmas...” (AHA, Tomo 2908, Medellín, Agosto 20 de 1877).

 

El insulto a los adversarios políticos fue otro de los lugares comunes, aunque de allí podía pasarse a la descalificación total: los presbíteros Sebastián Emigdio Restrepo, José María Gómez Ángel, Pablo Pineda y Eloy Rojas, “predicaban y aguzaban para la guerra al gobierno nacional; no solamente de palabra sino con demostraciones hostiles en plazas y    calles públicas...” A su vez las bendiciones y rezos fueron para los adeptos a “la causa justa de la religión”: el mismo padre Restrepo insultaba “de una manera cínica y descarada a los que no tomaron participación armada en la guerra...”(AHA, Tomo 2908). Una vez terminada la misa, pedía a sus feligreses que juntos ...“recemos un padrenuestro por las ánimas que hayan perecido en el lado de acá en defensa de nuestra armas”...(AHA, Tomo 2908). Tampoco para este clérigo existía el término medio en cuanto a religión y por eso expresaba a un liberal : “Es necesario que seamos católicos  o no lo seamos...Ud. es como las abejas que andan de miel en miel; Ud. ayuda a decir misa y a dar comunión...No se puede ser católico siendo liberal (AHA, Tomo 2908). ¡O todo o nada! O católico o liberal ( La Sociedad, Medellín, No. 208, 8 de julio de 1876).

Acerquémonos ahora a percepciones de las gentes sobre sus sacerdotes y en caso, Obispos, en algunos de los departamentos de la región:

 

1. Medellín y el Departamento del Centro.

No todos los sacerdotes estuvieron comprometidos con “la guerra justa”, de la que hablaban los conservadores. Cinco personas de Aná  (AHA, Tomo 2908, Agosto 22 de 1877) una fracción de la Ciudad de Medellín, opinaron sobre la conducta de los sacerdotes Rafael María González y José Ernesto Ortiz: ni predicaron ni tomaron participación armada en contra del Gobierno; González  sólo leía en el altar  pastorales en cumplimiento de las órdenes de su prelado pero después de la revolución ha guardado silencio.

También en la inspectoría de San Sebastián se averiguó por los sacerdotes Tomás Lara y Lucas Hidrón. Daniel F. Suárez, Lucas Vásquez, Daniel Ortiz, Pablo Vásquez y José María Maya,   declararon que “Tomaron parte antes de la revolución debido a que insultaban a los liberales en el púlpito, y que no votaran por Aquileo Parra, lo que hizo que los liberales no pudieran trabajar bien aquí y perdieran las elecciones.”. A uno de ellos, “Durante la revolución no le consta que ningún cura haya predicado mal, y que después tampoco le consta nada. Que los curas que han estado aquí son Carlos Ortiz y José Ma. Hincapié, y que de ellos sabe de buena conducta.”. Al parecer el Pbro. Lara estuvo en San Sebastián antes de la revolución y en época de elecciones (Tomo 2908, Inspectoría de Policía, San Sebastián, Agosto 25 de 1877).

En opinión de Patricia Álvarez Rosas (1989), la mayoría de los sacerdotes del país se quedaron en sus respectivas parroquias celebrando sus misas y aplicando el bálsamo de los sacramentos a sus fieles, a los que éstos acudían profusamente. En otros  casos la prédica y la conducta de los sacerdotes fue percibida de manera diferente por sus feligreses. Es el caso del Padre José Ma. Nilo, cura de Hatoviejo; allí se dijo lo siguiente:  Ramón Chaverra Hincapié  “no vio que tomara parte armada en contra del gobierno de La Unión. Pero que predicaba en el púlpito contra el partido liberal”. Por su parte, Juan María Veléz, afirmó  que  “invitó gente para ir a la guerra y la llevó para Medellín para pelear,  y que despotricaba radicalmente del liberalismo en el púlpito”. José Domingo Sosa señaló que  “convenció a alguna gente para que fuera a Medellín a pelear por la religión”. Jesús María Ochoa declaró que “No lo vio tomar parte armada en el conflicto, y que predicaba en el púlpito que se obedeciera a las autoridades siempre que no se ofendiera a la religión, y que si un gobierno atacaba a la iglesia, los católicos debían ponerse en defensa. Y que tiene buena conducta en los últimos meses” (AHA, Tomo 2908, Inspección de Policía, Hatoviejo, Agosto 25 de 1877).

En la fracción del Aguacatal, 12 personas fueron interrogadas acerca de la conducta de los sacerdotes Francisco Naranjo, Jesús María Medina y Ezequiel Toro. Como en el caso anterior, se presentaron diversas versiones. (AHA, Tomo 2908, Inspectoría de Policía, Aguacatal, Agosto 22 de 1877).

En una de las pocas referencias al tema más debatido entre el clero y los políticos antes y durante la guerra de 1876, el de las escuelas laicas, en San Cristóbal, fracción de Medellín, 4 individuos declararon sobre los sacerdotes Jesús María Cadavid, quien estuvo allí durante la guerra, y sobre Ramón Gómez, quien lo reemplazó después de la guerra: Agustín Velásquez afirmó que El Padre Cadavid  predicó “En varias ocasiones contra instituciones de la República, especialmente de las escuelas laicas”. Los 4 individuos sostienen la neutralidad del Pbro. Gómez, pues “No le ha oído nada en tiempo de guerra ni actualmente sobre política, no ha sido adverso o favorable a las instituciones de la República” (AHA, Tomo 2908, Inspectoría de Policía, San Cristóbal, Agosto 22 de 1877).

 

2. Departamento de Occidente.

En enero de 1877, el Prefecto de Sopetrán se dirigió al Secretario de Gobierno para informarle que Santa Fe de Antioquia no se someterá a los conservadores porque allí no hay amigos del gobierno, y aún más, a principios de septiembre se infirieron varios ultrajes al Obispo González, pues allí se gritaron vivas a Mosquera y a Conto, a la vez que “ abajo la mitra y las casullas...” (AHA, Tomo 2908, Sopetrán, Enero 13 de 1877). A esta subregión antioqueña del occidente pertenecía el nordeste del Estado Soberano. En una de sus parroquias, la de Ituango, 9 personas declararon sobre los Pbros. Benito Jaramillo, Leoncio Holguín y Justiniano Madrid. Fernando Hincapié y José María Lara señalaron que Jaramillo “tomó parte con los antioqueños siendo capellán en Manizales y que no saben si aconsejaba la paz. Y que el Pbro. Holguín no tomo parte en nada y que sabe que aconsejaba la paz”. Cinco personas dijeron que el Pbro Madrid: “Intervino en reclutamiento para la guerra en Ituango” (AHA, Tomo 2908, Jefatura Municipal de Ituango, Septiembre 4 de 1877).

 

3. Departamento del Suroeste.

En la parroquia de Santa Bárbara, se encontraban cuatro sacerdotes durante la guerra: El Pbro. Eloy Rojas, en propiedad y domiciliado allí; el Pbro. Eufracio Rojas, quien algunas veces suplía las faltas del primero; el Pbro. Domingo Mejía, quien funcionó en algunas ocasiones en la guerra  por falta de los dos hermanos Rojas;  y el Pbro. Francisco A. Saldarriaga, quien se desempeñó como cura en la fracción de Sabaletas durante la guerra (Tomo 2908,  Jefatura Municipal – Santa Bárbara – Julio 28 de 1877). El sacerdote Eloy Rojas, “de quien se dice” que se enroló con el ejército de Antioquia, como Coronel, y se dirigió hacia Manizales., exhortaba a los vecinos para que lo acompañaran a defender la religión. Eufrasio Rojas “ no tomó parte armada pero hablaba lo mismo que el primero, pero en términos sumamente cínicos; que le contaron que permitía durante la misa gente armada en la puerta para reclutar ...”. A Domingo Mejía, “Le oyó una plática en contra del Gobierno legítimo”. El Padre Francisco A. Saldarriaga  “Prohibía la entrada de los liberales a la iglesia y la comunión, y le toco esto verlo personalmente”. El Padre Eloy iba como capellán a decir misas, y estando pronto a romper el fuego en Garrapatas, lo único que les dijo fue “Apunten bien muchachos”, y que el ministro no llevaba divisa que lo distinguiera como oficial. (AHA, Tomo 2908, Medellín. Septiembre 11 de 1877).

5 declarantes se refieren a los sacerdotes de Santa Bárbara para ampliar la indagatoria anterior. Francisco Mejía dice del Padre Eloy que “No sabe si pertenecía al Ejército regular o a guerrillas, ya que este (Mejía) no pertenecía a nada de esto”. Pedro Botero dijo “Que no le consta verlo encabezar movimiento revolucionario, pero que si le consta que junto con Eufracio Rojas exhortaba contra el Gobierno legítimo”. (AHA, Tomo 2908, Octubre 2 de 1877, Jefatura Municipal de Santa Bárbara).

 

4. Departamento del Sur.

En Salamina declararon dos personas que “no saben que aquí exista un prelado, que el cura que había era el Pbro. ---- A. Medina que en sus sermones denigraba sobre el partido liberal, pero que no tomó participación armada”.  De los Pbros. actuales, el Pbro. Baltasar Vélez es reacio y enemigo de este Gobierno, y no sabe si tomó armas, y del otro Pbro. Jesús Ma. Cadavid, trajo 80 hombres a Medellín y los unió a la fuerza, y oyó que en estos días le exigió a un liberal que para absolverlo debía ser conservador. Que a ambos los considera enemigos de la paz.”( AHA, Tomo 2908, Jefatura Municipal, Salamina, Julio 30 de 1877).

En Manizales, fueron interrogados cinco individuos acerca del comportamiento de los sacerdotes Bernardo J. Ocampo, José J. Baena y Nazario Restrepo. Ismael Villegas dijo que: “Del Pro. Baena le consta que predicaba de una manera mala del Gobierno Nacional (mucho), que marchó con los revolucionarios de este Estado del Cauca, y que regreso derrotado de los “Chancos”. Que sobre los Pbros. Ocampo y Restrepo no le consta nada y que ha oído que no se mezclaron en la revolución”. Daniel Gómez declaró que “... Al Pbro. Restrepo le oyó predicar la paz aunque los conservadores se lo reprochaban”. Y Félix María Palacio expresó que “del Pbro. Ocampo le costa que tomo parte en la revolución.” (AHA, Tomo 2908, Manizales, Julio 25 de 1877).

El padre Pedro María Betancourt, coadjutor de Filadelfia le informa al Obispo Montoya que el 4 de septiembre, se reunieron varios vecinos de Filadelfia “con el fin de formar un fondo común de víveres para el sustento de algunas familias pobres, unos por falta de sus deudos y encontrarse hoy en la carrera militar y otros por vicisitudes de la vida”.

                                                                                                      

5. Departamento del Oriente.

En el departamento del  Oriente aparecen registrados 37 curas residentes, de los cuales, 30 no tomaron parte activa en la guerra, 6 no dijeron nada en contra del gobierno liberal, 11 fueron agresivos con éste y uno participó activamente tomando armas en la guerra.

 

Conclusiones.

Una vez concluida la guerra, la casi totalidad de los clérigos antioqueños se unió a sus Obispos para evitar el sometimiento a las leyes de tuición y extrañamiento. La situación de la mayoría de los clérigos fue difícil, a buena parte les fueron retirados sus pases para ejercer su ministerio, lo que les significó un constante ocultamiento; los demás debieron someterse a una permanente renovación de sus permisos para trabajar en sus parroquias. A causa de esta difícil situación, se dieron acercamientos entre el poder civil y el eclesiástico desde el año 1878 lo que permitió a Obispos y clérigos, alcanzar un modus vivendi durante este año. Estos acercamientos volvieron a  romperse con ocasión de la llegada del General caucano Tomás Rengifo, en 1879 al gobierno de Antioquia.

Para terminar, lo que hemos querido develar en este trabajo es el importante papel de cohesión social y también de polarización entre las gentes, ejercido por los Obispos y el clero católico en la región antioqueña. Igualmente, cómo estos jerarcas y soldados  católicos alcanzaron en el tiempo una mayor unidad de acción y de reacción frente al liberalismo. En buena medida ello surgió de varios factores: de la larga y significativa permanencia de éstos en las parroquias; de la eficacia en la aplicación de las nuevas reformas a la estructura administrativa y operativa en la Iglesia regional; de las cercanas y profundas relaciones entre el clero y la feligresía; de la sumisión y lealtad de la gran mayoría de los fieles; de la experiencia adquirida en las guerras anteriores; de la capacidad de respuesta de sacerdotes y Obispos ante las medidas liberales y de la coherencia de ideas y acciones con relación a las directrices del Papado. Al tiempo, puede observarse que los métodos inquisitoriales de la Iglesia, continuaron vigentes en una sociedad predominantemente católica y rural, lo que apareció con claridad en las medidas tomadas contra los sacerdotes disidentes. Este es un factor más que incidió en la unificación de los diferentes estamentos que componían la Iglesia regional. Evidentemente, dicho factor, también pudo incidir en polarizaciones a largo plazo y en el surgimiento de nuevos conflictos. Será necesario ampliar aún más la base interpretativa y documental del presente estudio y promover otros similares en nuestro medio, para establecer comparaciones y a su vez, analizar el tema en contextos más amplios.

 

Archivos y Prensa.

 

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AAM, Archivo de la Arquidiócesis de Medellín. Fondo Diócesis de Medellín y Antioquia, 1869-1873. Fondo Arquidiócesis de Medellín, 1874- 1878.

El Repertorio Eclesiástico, Diócesis de Medellín, 1875-1876.

La Sociedad, Medellín, 1873-1876.

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